Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos

Referencia a Roman JAKOBSON - Morris HALLE, Fundamentos del lenguaje, presentada en el S.C.F. de Barcelona de noviembre de 2005

  • Publicado en NODVS XV, desembre de 2005

"Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos": Referencia a Roman JAKOBSON - Morris HALLE, Fundamentals of Language, Mouton, The Hague - Paris - New York, 1956 (Fundamentos del lenguaje, editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1967, traducción de Carlos Piera)

He dividido la presente referencia en dos bloques. En el primero, distribuido en tres partes, he tratado de sintetizar el trabajo de Jakobson; en el segundo me permito hacer algunas consideraciones acerca del tratamiento de la metáfora y la metonimia por parte del autor.

ALGUNAS CONSIDERACIONES PRELIMINARES

Fundamentos del lenguaje es sin duda uno de los títulos más significativos de la literatura lingüística. Aparecido en 1956, lo firman Roman Jakobson, quien por aquellas fechas era ya una de las primeras figuras de la ciencia del lenguaje, y Morris Halle, también eminente y avanzado lingüista y fonólogo, colaborador que sería, asimismo, de Noam Chomsky.

Resultan llamativos algunos aspectos de este opúsculo, aspectos que no estará de más considerar antes de abordar las cuestiones que más específicamente nos interesan aquí. Fundamentals of Language fue el título elegido, en la edición original, para inaugurar una colección de estudios lingüísticos que se llamó Janua Linguarum (esto es, The Gate of Languages; en castellano, Pórtico de las lenguas, o de los lenguajes), con doble intención, así pues, en el nombre de la colectánea y en el del libro, de referirse a cuestiones fundamentales, propedéuticas. Por eso mismo llama la atención la exigüidad del texto, de menos de cien páginas, que por su título quizás haría esperar un voluminoso manual de introducción a la lingüística o cuando menos un enjundioso compendio. El índice reserva sorpresas no menores: la primera parte, de unas cincuenta páginas, está dedicada por entero a la fonología y la fonética, y la segunda, de apenas una veintena, a "Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos".

El carácter fundamental, fundacional incluso, del contenido de la primera parte es evidente. Su objeto central lo constituye la aportación, esencialísima, del Círculo Lingüístico de Praga: la definición de los rasgos distintivos del lenguaje, verdadera piedra angular de la lingüística contemporánea y del movimiento estructuralista.

Sin embargo, y por lo que a la ciencia del lenguaje se refiere, parece bastante menos evidente el carácter fundamental del estudio de los trastornos del lenguaje -las afasias- habida cuenta de que en aquellos momentos, como no deja de señalarlo el propio Jakobson, la cuestión distaba de ser de la competencia de los lingüistas (y, en efecto, esta segunda parte se abre con una reivindicación de la intervención de los lingüistas en el estudio de las afasias). Como vamos a ver, la consideración lingüística de las afasias se justifica plenamente en una obra sobre los fundamentos del lenguaje por sustentarse en la aplicación de la fundamental dicotomía saussureana entre plano sintagmático y plano asociativo del lenguaje.1

LA DOBLE ARTICULACIÓN DEL LENGUAJE Y LOS DOS TIPOS DE AFASIA

Nos recuerda Jakobson que el carácter doble del lenguaje (su "doble articulación") se mantiene en todos sus niveles -fonético, morfemático, léxico, sintáctico y fraseológico- y consiste en la SELECCIÓN de entidades lingüísticas y en su COMBINACIÓN en un nivel de complejidad más elevado: seleccionamos determinados fonemas y los combinamos para formar con ellos los morfemas, con los cuales formamos las sílabas y las palabras; seleccionamos determinadas palabras para formar con ellas frases, y las frases las combinamos para crear enunciados más complejos, proposiciones y discursos. Estas dos operaciones se llevan a cabo según "una escala de libertad creciente", nula por lo que se refiere a los fonemas y muy grande, potencialmente ilimitada cuando de lo que se trata es de formar enunciados. Ambos principios o modos de relación (que son ante todo momentos lógicos, y no temporales stricto sensu), la selección y la combinación, habían sido descritos por Saussure: los elementos lingüísticos entre los que llevamos a cabo la selección están ligados por grados de SEMEJANZA, y se hallan disponibles por así decir en abstracto, o como lo expresaba Saussure, in absentia; su modo de relación es interno al código lingüístico. La selección lleva aparejada otra operación que le es complementaria: la sustitución. La segunda operación, la de combinación, consiste en disponer los elementos seleccionados en una cadena, es decir, formar con ellos un contexto lingüístico (operación, ésta, que Jakobson denomina "contextura"): dichos elementos mantienen, pues, entre sí una relación de CONTIGÜIDAD, que se produce, lógicamente, in praesentia; su modo de relación es externo, ya que se produce en el mensaje. "Estas dos operaciones -prosigue Jakobson- proporcionan a cada signo lingüístico dos conjuntos de interpretantes […] y en ambos modos el signo se ve remitido a otro conjunto de signos lingüísticos, mediante una relación de alternación en el primer caso y de yuxtaposición en el segundo. Una unidad significativa determinada puede sustituirse por otros signos más explícitos del mismo código, revelando así su sentido general, mientras que su significado contextual viene definido por su relación con otros signos dentro de la misma serie" (p. 79 de la edición española).

Abordar el problema de las afasias a partir de estas premisas, que son ante todo meramente lingüísticas, permite establecer una tipología doble, según se vea comprometida la facultad de seleccionar y sustituir signos lingüísticos o bien la capacidad para combinarlos y contextualizarlos.

En el primer caso, que Jakobson llama "trastorno de semejanza", el individuo afectado de afasia "habla por pura reacción" (p. 81): puesto que se ve incapacitado para seleccionar signos lingüísticos, su primera dificultad estriba en elegir el sujeto de la frase y, en consecuencia, en dar comienzo a sus enunciados, por lo que frecuentemente habla sólo cuando se le pregunta, o para completar enunciados emitidos por alguna otra persona. Esta dificultad de considerar aisladamente las palabras (que es lo que permitiría su elección y, en su caso, su sustitución por otras semejantes) lleva a algunos de estos afásicos, cuando el contexto parece garantizar la comunicación, a emplear términos genéricos ("cosa" para referirse a objetos inanimados, "realizar" en lugar de verbos de acción específicos); otros, en cambio, puesto que la capacidad de contextura no está afectada, emplean variantes ya contextualizadas del término que quieren designar, y así dicen "cuchillo y tenedor" en lugar de decir, simplemente, "cuchillo"; otros, en fin, recurren a un procedimiento que se podría calificar de metonímico: dicen "fumar" (esto es, nombran la acción) en lugar de "pipa" (el instrumento con el que se fuma), o "muerto" cuando quieren referirse al color negro. Jakobson señala que los enfermos de este tipo no advierten ni la semejanza ni la diferencia semántica entre las palabras, o sea, no perciben aquello que las distingue, lo cual explica que se vean incapacitados para producir enunciados de índole metalingüística, en los que la predicación toma la forma de una ecuación ("X es o equivale a Y"), por lo que también tienen serias dificultades para entender el sentido metafórico o figurado de palabras y expresiones.

El segundo tipo de afasia es el que afecta a la capacidad de combinar los signos lingüísticos, ya sea en el nivel del léxico, ya en el de los rasgos fonéticos. Jakobson llama a esta afasia "trastorno de la contigüidad"; lo que aquí se ve afectado no es la capacidad de discernir entre unos términos y otros (como dice Jakobson en la página 89, "no hay carencia de palabras"), sino la facultad de formar frases y proposiciones, disminuyendo entonces "la extensión y variedad de las frases. Se pierden las reglas sintácticas que disponen las palabras en unidades superiores […]. El orden de las palabras se vuelve caótico y desaparecen los vínculos de la coordinación y subordinación gramaticales, tanto de concordancia como de régimen" (pp. 89-90). En este trastorno, como se indicaba más arriba, también se ve alterada la relación de la palabra con sus componentes (morfemas y fonemas): quedan abolidos los elementos de la flexión (incapacidad de discernir entre el tema y las desinencias) y los del régimen y la concordancia, y en general se ven afectados todos quellos conjuntos de palabras en que opera de algùn modo el principio de contigüidad, como por ejemplo los derivados (que resultan de la combinación de un tema y prefijos o sufijos). Si en el caso de las afasias de semejanza el enfermo no consigue captar la función distintiva que opera entre palabras semejantes u opuestas, en el trastorno de contigüidad el afásico fracasa en la construcción del sentido (función significativa): puede nombrar, mediante expresiones que han sido calificadas de "cuasimetafóricas" (fuego en lugar de luz de gas), pero en los casos más severos no comprende lo que las palabras dicen.

Podríamos resumir cuanto antecede citando al propio Jakobson (p. 95): "La afasia presenta numerosas variedades muy dispares, pero todas ellas oscilan entre uno y otro de los polos que acabamos de describir. Toda forma de trastorno afásico consiste en una alteración cualquiera, más o menos grave, de la facultad de selección y sustitución o de la facultad de combinación y contextura. En el primer caso se produce una deterioración de las operaciones metalingüísticas, mientras que el segundo perjudica la capacidad del sujeto para mantener la jerarquía de las unidades lingüísticas. El primer tipo de afasia suprime la relación de semejanza; el segundo, la de contigüidad. La metáfora es ajena al trastorno de la semejanza y la metonimia al de la contigüidad."

LOS DOS POLOS SEMÁNTICOS DEL LENGUAJE: DESARROLLO METAFÓRICO Y DESARROLLO METONÍMICO

Si Jakobson había iniciado su análisis de las afasias reivindicando la pertinencia de un abordaje lingüístico y reclamando la participación de los lingüistas en el debate científico sobre esta cuestión, la sección quinta y última de su trabajo la dedica al interés que el estudio de las afasias tiene para el lingüista y para la comprensión de las manifestaciones artísticas.

El estudio de las afasias se demuestra altamente provechoso para el lingüista por la luz que arroja sobre los procedimientos que, según hemos visto, rigen la constitución de cualquier discurso, procedimientos que, en última instancia, consisten en las figuras retóricas de la metáfora y la metonimia: "Dos son las directrices semánticas que pueden engendrar un discurso, pues un tema puede suceder a otro a causa de su mutua semejanza o gracias a su contigüidad. Lo más adecuado sería hablar de desarrollo metafórico para el primer tipo de discurso y desarrollo metonímico para el segundo, dado que la expresión más concisa de cada uno de ellos se contiene en la metáfora y la metonimia, respectivamente" (p. 95). Ambos procesos, nos recuerda Jakobson, operan continuamente y, podríamos añadir, simultáneamente, si bien suele suceder que, por diversas razones que dependen de los sistemas culturales y de las preferencias estilísticas individuales, uno de ellos resulte predominante.

Partiendo de estas premisas, Jakobson realiza una importante contribución a la estilística al señalar que si el procedimiento retórico predominante en la lírica ha sido tradicionalmente la metáfora, el desarrollo metonímico es el característico de la prosa realista: aduce como ejemplos de esto último una referencia a Ana Karenina de Tolstoi y otra al estilo del novelista ruso Uspenskij, en quien la preferencia por la metonimia (o, más exactamente, de la sinécdoque) se explicaría no sólo por su adscripción a la "escuela" realista, sino también a partir de ciertas peculiaridades caracteriales que habrían desembocado en lo patológico. Jakobson concluye sus reflexiones llamando la atención sobre el hecho de que el procedimiento metafórico ha sido mucho más estudiado que el metonímico porque toda reflexión metalingüística se lleva a cabo a partir de la semejanza de significado, que es precisamente el procedimiento operativo de la metáfora. Lo cual, concluye Jakobson, implica que los críticos se han comportado como si padecieran, ellos mismos, de trastorno de la contigüidad.

ACERCA DE LA METÁFORA Y LA METONIMIA EN FUNDAMENTOS DEL LENGUAJE

Jakobson postula con rotundidad una relación biunívoca entre los dos tipos de afasia y las figuras retóricas de la metáfora y la metonimia. Hay que indicar, con todo, que la interpretación que da en clave retórica de algunos de los ejemplos que él mismo aduce es discutible: no pocos de los definidos como metonimias son en realidad sinécdoques -figura que la retórica tradicional emparenta con la metonimia pero que no coincide exactamente con ésta-, y respecto de algún otro cabe preguntarse si no se trata de una metáfora. Dado que el terreno de las figuras retóricas y, más en general, de los procedimientos generadores de efectos de sentido es particularmente movedizo, tal vez convendría, en beneficio de la operatividad, hablar, siguiendo a Jakobson, de desarrollos metafóricos o metonímicos, más que de metáforas y metonimias, no siempre fáciles de definir ni de distinguir netamente.

Al referirse al trastorno de semejanza, Jakobson no duda en decir que los afásicos de este tipo emplean a menudo metonimias, pues éstas se basan en la contigüidad, que es la operación lingüística que dichos enfermos no tienen afectada. Ejemplos de metonimia serían, según Jakobson, que el afásico responda cristal cuando se le pide que repita la palabra ventana (sustitución que más pareceríauna sinécdoque que una metonimia), o bien que componga una lista de nombres de animales y la organice según el orden en que, efectivamente, ha visto a los animales en el zoológico (es decir, recurriendo a un criterio de combinación que excluye la semejanza y sólo tiene en cuenta la mera yuxtaposición o, si se prefiere, recurriendo a un criterio extralingüístico). Admitiendo, en cualquier caso, el parentesco entre metonimia y sinécdoque, podríamos aceptar como una posible definición de estas figuas retóricas la fórmula empleada por Jakobson en la página 88 del texto: "El tránsito de la semejanza a la contigüidad es especialmente en casos como el del de paciente de Goldstein, que respondía con una metonimia cuando se le pedía que repitiera una palabra".

Al tratar el trastorno de la contigüidad, Jakobson emplea el término de "expresiones […] cuasimetafóricas" para referirse a las operaciones de selección que estos afásicos son capaces de realizar incluso en estadios avanzados de la enfermedad: así, actuaría por metáfora aquel paciente que, no pudiendo decir luz de gas, recurre al término fuego.2 Es interesante notar, con Jakobson, que mientras se mantiene más o menos entera la capacidad distintiva (el discernimiento entre lo que es semejante y lo que no lo es), se mantiene la capacidad metalingüística, es decir, la facultad de pensar en términos de juicio, de ecuación, de donde cabría inferir una primera y aproximativa definición del funcionamiento de una metáfora: una metáfora tendría la estructura de un juicio, e incluso equivaler a él.

En la página 96 de la edición española Jakobson trata de definir con mayor exactitud la conducta lingüística normal a partir de los dos tipos de enlaces fundamentales, la semejanza y la contigüidad, y de los dos aspectos, posicional y semántico, que tales enlaces pueden revestir.3 Conviene señalar que el lingüista emplea aquí algunos términos que no coinciden con los que ha venido manejando; por mi parte, y con la lógica cautela y alguna que otra vacilación, prefiero mantener un principio de coherencia terminológica.4 Jakobson ilustra dichos comportamientos lingüísticos a partir de un experimento llevado a cabo con niños, consistente en presentarles una palabra y pedirles que expresen lo primero que se les ocurra. Jakobson nos adelanta que todas las respuestas consistieron bien en una operación de sustitución, bien de combinación.5 La palabra en cuestión es cabaña (hut, en el original), y las respuestas de los niños fueron:

  • "se ha quemado": la respuesta proporciona un mero contexto narrativo;
  • "es una casa pequeña pobre": aquí se dan contigüidad de posición (contextualización) y semejanza semántica;
  • "cabaña": sustitución tautológica (identidad semántica)
  • "choza" y "chamizo": sinónimos de cabaña, sustitución por semejanza semántica;
  • "palacio": antónimo; sustitución por contraste semántico;
  • "cueva" y "madriguera": metáforas (semejanza semántica);
  • "chamiza", "lecho de paja", "pobreza": metonimias; Jakobson habla aquí de contigüidad semántica.

A la vista de estos ejemplos cabría preguntarse si palacio, además de un antónimo, no podría definirse también como metáfora, y si no podría ser intepretada, asimismo, como metáfora chamiza (que es "leña menuda"), una metáfora en cuya base podríamos suponer que se halla operativa una sinécdoque. Algunos estudios todavía vigentes (como la Retórica general del llamado Grupo µ) confirman esta confusión de Jakobson entre metonimia y sinécdoque.

Preguntas parecidas podríamos hacernos respecto de algún otro caso, como el del pasaje de Uspenskij que Jakobson define como "estilo metonímico": aparte de contener alguna discreta metáfora, ¿en qué consistiría en este caso "el tránsito de la semejanza a la contigüidad" o, dicho de otro modo, en base a qué criterio considerar metonímico un pasaje descriptivo? El propio Jakobson aporta alguna indicación al respecto, al señalar que los novelistas realistas "siguiendo el camino de las relaciones de contigüidad" pasan "metonímicamente de la trama a la atmósfera y de los caracteres al encuadre espacio-temporal"; pero de esta indicación sólo parece posible extraer la idea de que la contigüidad característica de la metonimia representa un movimiento (o, por decirlo con Freud y Lacan, un desplazamiento) dentro de un "ámbito" abstracto y general que, vez por vez, crea las condiciones que permiten pasar del término sustituido al que lo sustituye, idea que confirmarían las tesis del Grupo . Quedaría por ver si la condensación freudiana, como quiere Jakobson, es una sinécdoque o una metáfora, como quiere Lacan.

Notes

  1. En el párrafo conclusivo del prefacio a la edición original, Jakobson se refiere a las razones que a su entender justificaban la intervención de los lingüistas en la discusión científica en torno a las afasias, y el que esta cuestión se tratara en una obra sobre los fundamentos de la lingüística: "When a quarter of a century separates us from the Prague International Conference, which broke the ground for general phonology, it is appropriate to survey the main problems of this discipline in its present stage. On the other hand, it was tempting to explore, forty years after the publication of Saussure's Cours with its radical distinction between the "syntagmatic" and the "associative" plane of language, what has been and can be drawn from this fundamental dichotomy" [Ahora que nos separa un cuarto de siglo de la Conferencia Internacional de Praga, que abrió el camino a la fonología general, es oportuno considerar los problemas principales de esta disciplina en el estadio actual de su desarrollo. Por otra parte, cuarenta años después de la publicación del Cours de Saussure, con su radical distinción entre los planos "sintagmático" y "asociativo" del lenguaje, resultaba tentador examinar cuanto se ha extraido y puede aún extraerse de esta dicotomía fundamental].

  2. Suponiendo que, efectivamente, la sustitución de luz de gas por fuego sea verdaderamente una metáfora y no una sinécdoque, dado que en las lámparas de gas quema, en efecto, una llama.

  3. Conviene advertir que Jakobson toma en consideración las relaciones tipo entre signos lingüísticos, y no las operaciones fundamentales de sustitución y contextura: por más que pueda resultar obvio, quizás no estará de más recordar que dándose sustitución, tanto puede darse metáfora como metonimia y que, viceversa, un enunciado lingüístico (es decir, una combinación contextualizada de signos lingüísticos) tanto puede contener una metáfora como una metonimia, o ninguna de las dos (como demuestran los ejemplos aducidos por el propio Jakobson).

  4. Tendríamos, pues, siguiendo estas coordenadas, semejanza posicional o semántica por un lado, y contigüidad posicional o semántica por otro. Si bien Jakobson no define exactamente cada uno de estos puntos, parece razonable pensar que la semejanza posicional se refiere al hecho de que dos términos puedan desempeñar la misma función sintáctica en la frase (por mantenernos en el nivel suprasegmental de la lengua) y la semejanza semántica al hecho de que pertenzcan a un mismo campo léxico (ya se trate de sinónimos o de antónimos); ambas "semejanzas" serían, pues, otros tantos criterios de selección y sustitución. Análogamente, hablaríamos de contigüidad de posición cuando ésta se dé efectivamente entre dos términos dentro del mismo contexto, y de contigüidad semántica cuando dos o más términos pertenezcan a un mismo campo semántico (como nos lo indican las respuestas chamiza, lecho de paja y pobreza en relación a cabaña, que serían términos asociados por afinidades semánticas). De estas dos clases de contigüidad, sólo la primera correspondería a la operación de combinación y contextura, pues parece forzoso suponer que la contigüidad semántica constituye un criterio de selección y sustitución.

  5. Jakobson habla de respuesta sustitutiva y predicativa, respectivamente. Entiendo que la respuesta predicativa consiste en formar un enunciado en el que participa la palabra propuesta, y que por lo tanto seguirían siendo válidos los términos de combinación y contextura. Hay que señalar, por obvio que pueda parecer, y así lo demostraría la primera respuesta dada ("(la cabaña) se ha quemado"), que yuxtaponerle a un sujeto un predicado no implica necesariamente en ningún caso que se cree una metonimia.

Francisco Amella Vela

Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos

NODVS XV, desembre de 2005

Comparteix

  • Compartir en Twitter
  • Compartir en Facebook