¿Qué es una cura analítica lacaniana?

Texto de presentación del seminario de casos del seminario del Campo Freudiano de Barcelona, escrito y presentado por Marta Serra en la sesión del seminario del Campo Freudiano de octubre de 2011.

  • Publicado en NODVS XXXV, desembre de 2011

Resum

El presente artículo pone de manifiesto que teoría y lógica de la cura psicoanalítica van siempre de la mano. Así, podemos seguir cómo es el acto del analista, equivalente al corte y la interpretación, el que introduce el sujeto en la cura y establece la transferencia, a partir de operadores como el diván y la presencia corporal del analista. La interpretación apunta a la articulación entre sentido y goce, articulación que constituye el síntoma. Es, en definitiva, la presencia de lo real en forma de repetición lo que orienta la cura y aleja el dispositivo lacaniano de la dimensión especular e intersubjetiva. 

Paraules clau

Cura analítica, acto analítico, sentido, goce, repetición.

El psicoanálisis tiene más de un siglo de existencia. El encuentro de Freud con la histeria fue punto de partida de sus desarrollos teóricos que fueron evolucionando, sensibles a lo que la práctica le imponía. Freud consentía a dejarse orientar por la clínica.

Lacan continuó a partir de la psicosis y a lo largo de más de 40 años no dejó de interrogar lo que Freud hacía y decía pero también lo que él mismo había teorizado. Su enseñanza se apuntaló primero en un “Retorno a Freud” para después ser un “Lacan contra Lacan”; produjo una banda de Moebius por la que nosotros transitamos, derecho y envés, casi sin darnos cuenta.

Jacques-Alain Miller ha establecido el mapa de nuestro caminar, su orientación Lacaniana, donde teoría y práctica no son campos limítrofes sino que forman una misma cosa. “La teoría debe siempre pasar finalmente sus poderes a la práctica”(1), decía Lacan, y de esta afirmación intentamos rendir cuenta en cada presentación de casos.

Los analistas lacanianos, al apostar por la singularidad, rechazamos estadísticas y clasificaciones, pero debemos mostrar y demostrar, con el caso por caso, que toda cura analítica está sometida a una lógica común.

¿Cuando podemos decir que una cura es un análisis?¿cómo empieza y se desarrolla?¿qué es el acto analítico?

Quisiera plantear algunas ideas respecto a estas preguntas para que podamos debatirlas.

 

1. No hay analista sin análisis ni análisis sin analista

 

No hay analista sin análisis porque ser analista implica haber hecho la experiencia del propio inconsciente, haber desentrañado algo del saber que le determina como sujeto para, precisamente, poder borrarse como tal, como sujeto, en su manera de acoger una demanda de análisis y ponerla al trabajo. Sin ese recorrido previo lo único que puede producirse es cierta imaginarización entre dos sujetos.

No hay análisis sin analista, porque el saber que alguien puede demandar sobre su particularidad de sujeto no está en ningún otro, ni en ningún texto, ni en Freud ni en Lacan, más bien es él mismo quien deberá producir el escrito de su singularidad. Y entre tanto, se requiere que otro lo encarne, con su presencia real, empujando al trabajo analizante, con su dirección de la cura, absolutamente particular a cada uno de los encuentros sucesivos que conforman un análisis.

 

2. Un análisis es posible para no todos

 

Se pide un análisis porque se sufre, algo no va como uno cree que debiera: bien un traumatismo ha quebrado el funcionamiento que permitía una homeostasis con el entorno y con uno mismo, bien la repetición del mismo mal da cuenta de que esa homeostasis nunca se logró. Como sea, algo ha devenido imposible de soportar y el sujeto busca solución. Ese imposible tiene un nombre, lo real, real que el sujeto experimenta como síntoma y como angustia.

“Cuando el infierno son los demás, el cielo no es uno mismo”, decía un poeta (2). Freud se le había anticipado. Él nos enseño que la queja sobre el mundo, sobre los otros que le rodean, debe ser reconducida a la responsabilidad del propio sujeto. Éste, puede no ser artífice de lo que le llega en la vida, pero siempre lo es de la interpretación que le da y de las respuestas que produce.

Así, un malestar sólo puede ser considerado síntoma analítico cuando la demanda de ser liberado de él muta a una apuesta de saber. Cuando el sujeto empieza a creer que en ese sufrimiento que parecía sin sentido y sin beneficio alguno hay, aunque le pese, una significación y una satisfacción que le son íntimas. Y quiere saber más, aunque a veces se resista. Es la rectificación subjetiva. Algunos escaparan de eso, no alcanzarán a dar el paso. Esta es la importancia de las entrevistas preliminares.

 

3. La transferencia no surge, se produce

 

El analista sólo podrá funcionar como tal para un sujeto cuando la transferencia esté en marcha. Es ella la que le da su lugar, y sin embargo, siempre hay que poner a cuenta del analista haberla producido, por su acto.

En ocasiones, el primer encuentro del sujeto con el analista para presentarle su demanda, ya está infiltrado de transferencia. Es cuando algo dicho o hecho por el analista, fuera del contexto de una sesión, sin estarle dirigido particularmente, ha “tocado” al sujeto. Entonces, el futuro analizante llega a las entrevistas preliminares atribuyéndole al analista, no un saber general, sino uno que le concierne especialmente, un “sabe de mí algo que yo no sé”. Por ese motivo ya hay algo del amor del transferencia. Y por ese amor se empeñara en producir, para el analista, un texto del que espera sepa leer lo que dice.

Otras veces, el analista deberá causar ese efecto en las mismas entrevistas, para que la mayor o menor confianza en el saber “profesional” que originó los encuentros, se transforme en la suposición de un saber singular y único.

 

4. El diván y la presencia real del analista son útiles lacanianos

 

No son restos freudianos, superables por la modernidad y la tecnología, porque están articulados a dos conceptos fundamentales: el sujeto supuesto saber y el goce.

¿Quién es el sujeto supuesto saber en una cura analítica? Para el analizante será el analista. Por eso consentirá a la asociación libre, confiando que éste sorprenderá en su blabla el momento que merecerá un acto, sea un corte o una interpretación.

Para el analista, el sujeto supuesto saber es el inconsciente del analizante, el enjambre de significantes que no cesan de articularse entre sí produciendo sentidos de los que el analizante, fundamentalmente, goza.

El diván espolea el discurso del paciente, focaliza esa producción, ya que al privar al analizante de la mirada sobre el analista, anula cualquier sostén imaginario de su discurso: sin ver al analista desaparece toda dimensión de conversación que pudiera imaginarse.

El acto del analista, intempestivo, no sometido al ritmo de un reloj, surgirá para zarandear al inconsciente, para cuestionar las certezas, para confrontarle a la manera en que él goza de su existencia como ser hablante.

 

 

5. La asociación libre del analizante no tiene libertad alguna

 

“Diga usted lo que le pase por la cabeza, todo será bienvenido”, dirá de algún modo el analista. Y sin embargo, muchos le insistirán para que pregunte. Es más cómodo orientarse por el deseo del Otro, por lo que se le atribuye desear tener o saber de uno, al fin y al cabo, a eso se está habituado desde niño. Pero el analista no responde a la demanda, el sujeto es conminado a hablar y pudiendo decir cualquier cosa, acaba rondando siempre las mismas. Su decir, como su vida, se enzarza en la repetición: “De nuevo, lo mismo de siempre”.

Para cada sujeto ese “de nuevo” da cuenta de algo sobre lo que no hay elaboración simbólica que valga, no hay conocimiento que le permita darlo por sabido, y por tanto, susceptible de ser esquivado o eliminado. Y ese “lo mismo de siempre” evidencia que hay una fijación de eso inasimilable, fijación que le viene de lejos y que el análisis le empujará a tratar de ubicar cómo, a partir de ello, se conformó su ser para la vida, su manera singular de transitarla.

El fantasma es el libreto con el que cada uno atisba y metaboliza lo real que le sale al paso, está siempre en el mismo lugar en los diferentes síntomas del sujeto y es, también, lo que orienta su deseo. El trabajo analítico implica construir y después atravesar ese axioma de la vida subjetiva a partir del cual “ningún encuentro fortuito es casual”(3).

 

6. El analista apunta a lo real en el despliegue analizante de lo imaginario y lo simbólico

 

La cuestión “¿Quién soy yo para sufrir de este modo?” será fructífera en respuestas imaginarias: que es yo y que no lo es, donde uno se reconoce y donde se vive y vivió extraño a sí mismo, las escenas en las que se ve ser y hacer en su relación con la multiplicidad de pequeños otros; escenas privilegiadas que se han mantenido en su memoria, como enigmas o como certezas llenas de significación. De ahí, los prestigios del yo vacilarán, desvelando más pura la falta en ser que camuflan.

La cuestión “¿Por qué soy así?” hará proliferar las respuestas simbólicas, cuando de los múltiples pequeños otros, se despeje la instancia del gran Otro y los encuentros con su palabra, que han dejado huella en el sujeto: imperativos, demandas, oráculos a los que él confiere el peso de haberle producido, moldeado, condicionando las elecciones y los rechazos que conforman su historia.

Sobre el despliegue de esas coordenadas imaginarias y simbólicas de una vida de ser hablante, el análisis, con el acto del analista, deberá efectuar una operación de reducción, convirtiendo ambos -escenas y palabras del Otro- en significantes amo, significantes aislados que el inconsciente teje entre sí para producir la ficción con la que el analizante goza en su cuerpo.

 

7. El acto del analista toma múltiples formas: callar, subrayar, puntuar, escandir...  y también interpretar

 

En primer lugar callar, algo mucho más fundamental de lo que aparenta. ¿por qué ese acto mudo? Lacan decía: “el analista sin duda dirige la cura, pero no debe dirigir al paciente” (4), así el silencio del analista -silencio activo- genera el vacío que permitirá al analizante emplazar ahí, en la sesión, su discurso propio, sin orientación de otro, sin influencias.

Acompañando su callar, el analista introduce sobre la cadena asociativa acentos y subrayados allí donde el analizante no ponía: tira del hilo, impulsa la producción.

Ésta prosigue, sin saber cual es su puerto de llegada. Es entonces que puntuación y escansión se conjugan, ya sea para marcar un límite a un goce del blabla que no va a ninguna parte, ya sea para resaltar un efecto de verdad, una significación novedosa que aparece inesperada, no tanto para quien la escucha, el analista, sino para el mismo que la enuncia, el analizante, que no sabía lo que decía en su decir.

Pero, más fundamentalmente, el corte de sesión logrará a veces interrumpir el discurso analizante dejándolo en suspenso sobre un significante, aislándolo de cualquier otro, impidiendo que la asociación con algunos de sus pares cierre el sentido, lo fije, cerniendo así más bien el sinsentido que estaba en el origen.

 

8. La interpretación del analista toca al sentido pero nunca para alimentarlo

 

“El analista tiene cosas para decir a su analizante”(5), afirma Lacan. ¿Cómo se orienta ese decir? Se orienta con la definición misma del síntoma que nos dio Lacan: “El síntoma es la manera que cada uno tiene de gozar de su inconsciente en tanto éste le determina”(6). Esto es, que de los sentidos que se producen al articular los significantes inconscientes entre sí, el sujeto goza, y que eso se presenta, para cada cual, inevitablemente, de manera sintomática. Por tanto, sentido y goce forman la amalgama de la que el síntoma está hecho, y es a esa alianza invisible que apunta la interpretación.

El analista puede sancionar, en ocasiones, una producción de la asociación libre marcando su valor de verdad: “así es”, “precisamente eso”. Todo lo que venga en las sesiones siguientes estará condicionado por lo que ya se dijo. O bien otro efecto de verdad vendrá a sustituir a ese primero, o bien se acumulará con él en forma de saber adquirido.

El analista también puede apuntar a la resistencia, cuando el analizante no dice y el analista debe producir cierto forzamiento o interpretar el enunciado silenciado. Pero, en ningún caso, la interpretación es una explicación para el yo del analizante, nunca alimenta el sentido.

¿Cómo opera entonces? “La interpretación opera únicamente por el equívoco, dice Lacan, es preciso que haya algo en el significante que resuene” (7). Así, a veces, el analizante formula algo y el analista produce un equívoco, hace vacilar el sentido que el sujeto daba a su enunciado: “para él soy carne, soy solomillo”, dice la analizante. “¡sólo le importa su yo!, interpreta el analista. “Soy un bluf, soy falsa”, dice otra y el analista la acompaña a la puerta con un comentario: “¿sabe? Borges también decía eso, ¡yo lo he leído!”.

Hay significantes, frases, escenas, situaciones, vivencias que el inconsciente interpreta dando un sentido que condiciona el hacer en la vida. Hay muchas así que se acumulan para darle su ser al parlêtre.

Localizar una permite abordar otra anterior de su existencia de sujeto, después otra aún más anterior. Finalmente, alguna se impone no como creencia sino como certeza. Fue esa, aunque hubiera podido ser otra. Se le dio un sentido, aunque hubiera podido ser distinto.

Todo lo que vino después en la vida, el ser que cada uno se dedica  a encarnar, no es producto de la imposición de ningún Otro, sino que se fundó en un encuentro contingente con el lenguaje. Por esta razón, como nos recordaba Miller: “toda autobiografía es una autoficción”, pero hay que pasar por el desciframiento de esa ficción verídica, extraer del texto los significantes amo a partir de los cuales se desarrolló, para desenmascarar el goce que se satisfacía sin cesar, la singularidad del goce opaco de cada uno.

Para este recorrido se necesita tiempo. No es una trayectoria lineal, hay descubrimientos y desengaños, hay momentos de caída del deseo y momentos de reactivación. Quizás en la discusión podamos matizar o añadir algunas otras cuestiones fundamentales a este no todo que les he traído. 

Notes

  1. Miller, J-A. En la primera clase de su curso 'El partenaire-síntoma' (Editorial Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 19) Miller cita esta frase de Lacan diciendo: “Me alegró encontrar esta frase de Lacan que no había podido leer porque no está escrita, es algo que él dijo una vez y que transmito así, como precaución y al mismo tiempo como estímulo”.  
  2. Benedetti, Mario.
  3. Borges, Jorge Luis.
  4. Lacan, Jacques. “La dirección de la cura, Escritos II, Editorial Siglo XXI, Madrid, 1985,  p.566.
  5. Scilicet nº 6-7,”Conferences et entretiens”, p.42.
  6. Lacan, Jacques. El seminario 22: RSI, lección 21/1/75 (inédito).
  7. Lacan, Jacques, El seminario 23: El sinthome, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 18.
Marta Serra Frediani

¿Qué es una cura analítica lacaniana?

NODVS XXXV, desembre de 2011

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