El Congreso. This is the end

Artículo sobre la película El Congreso (Ari Folman, 2013) en torno a las consecuencias del predominio de la imagen digital que el filme plantea. 

  • Publicado en NODVS XLIV, gener de 2015

Resum

El presente artículo parte de la premisa fantástica del filme El Congreso para reflexionar sobre la cada vez más presente difusión de imágenes mediante dispositivos móviles y redes sociales, en contraposición al declive de la exhibición cinematográfica como principal forma de representación de la realidad.

Paraules clau

Cine. Imagen. Cuerpo. Subjetividad.

 

 

El Congreso es una película del director israelí Ari Folman que pone en juego la posible desaparición futura de actores y actrices de las pantallas para ser reemplazados por sus réplicas digitales.

En un juego de espejos entre realidad y ficción tan irónico como valiente, la actriz Robin Wright se interpreta a sí misma en este filme. La otrora Princesa prometida del cine estadounidense de los 80 es aquí una figura caducada a la que ya no ofrecen nuevos rodajes pues está a punto de cumplir los 45 años. Su agente, Al, le reprocha no haber sabido escoger proyectos más exitosos a lo largo de su carrera.

Wright es una madre soltera que vive en un antiguo hangar de aviones junto a sus dos hijos: una despierta adolescente y un niño al que una enfermedad degenerativa está provocando pérdidas auditivas y visuales irreparables. Un día, Al le ofrece un nuevo contrato a modo de salvación. Se trata de un acuerdo con los estudios Miramount (descarada mezcla entre Miramax y Paramount) por el que Robin se compromete a digitalizar su imagen y a cederla a nuevas producciones, lo que implica volver a aparecer en las pantallas pero sin haber participado en rodaje ni proceso alguno. Tras la primera reunión con el jefe de Miramount –un tipo despótico que no ha dudado antaño en ofrecer papeles a actrices incipientes a cambio de relaciones sexuales-, Wright no acepta el trato.

Robin acompaña a su hijo a una revisión auditiva y obtiene pronósticos poco esperanzadores. Sin embargo, el médico especialista admirará la capacidad de su hijo para traducir la información a su manera (sic), sustituyendo una palabra que no ha logrado oír bien por otra fonéticamente similar (“sociedad” en lugar de “soledad”, p. ej.). A continuación, el doctor hará una insólita comparación que detonará el cambio de parecer en la actriz: Imagino que eso pasará con las películas dentro de 50 años. (…) Los cineastas proporcionarán estímulos electrónicos que el cerebro traducirá según el subconsciente de cada uno. Se le dará a la gente las bases de una historia y ellos elegirán a su madre o a su novia para encarnar a Marlene Dietrich o a usted (sic).

Robin Wright accede finalmente a ser digitalizada. Los responsables del estudio deciden que explotarán su imagen con veinte años de edad. Con el sacrificio de abandonar para siempre los rodajes y la vida pública, la que antes era una estancada y decadente actriz ha logrado la eterna juventud. Los cuerpos digitales son invulnerables al paso del tiempo.

Se produce entonces una elipsis de veinte años. Wright, cuya copia juvenil es ahora un icono gracias a una saga de acción titulada Rebel Robot Robin, acude al Congreso de Futurología al que alude el título de la película. Los asistentes al congreso han inhalado previamente una droga que les hace percibir todo lo que les rodea, incluyendo sus propios cuerpos, como dibujos animados. De modo que, a partir de este punto, el filme que nos ocupa pasa a ser de animación.

En el Congreso de Futurología, el jefe máximo de los estudios Miramount anuncia la llegada de una nueva era, pero no respecto al futuro del cine, sino a la subjetividad misma. La novedad de la que se hace eco el congreso es la posibilidad, tomando el mismo tipo de sustancia que los asistentes, de convertirse en la forma animada de quién se desee. El estudio de cine prescinde ya de la pantalla que separaba al espectador de actores y actrices y ofrece directamente su imagen en forma de cartoon para ser usada como semblante.

Son diversos los teóricos que señalan la aparición del formato digital en el cine como el inicio de la era de la simulación, en contraste con la era de la representación que comprendería el cine hasta la incorporación de elementos generados por ordenador. En la lógica de la simulación, un objeto no representa a otro tomándolo como referente sino que directamente lo sustituye como si fuera él. En El Congreso, la sustitución de actores por su imagen digitalizada –inalterable y completamente dócil a los productores- desemboca en la muerte del cine y de cualquier otra forma de representación. Y al cabo, en la desaparición del propio cuerpo para convertirse en un cartoon.

¿Qué papel puede seguir jugando la ficción para el sujeto contemporáneo si él mismo se ha convertido en el protagonista de su propio espectáculo? A día de hoy, un individuo parece gozar más de hacer fotografías o filmaciones con su iPhone en medio de cualquier vivencia presumiblemente placentera (desde conciertos o noches de fiesta hasta encuentros sexuales) que de vivir la experiencia en sí misma. No se puede obviar tampoco que tales imágenes se generan en su mayoría para ser exhibidas en ese gran dispositivo para provocar envidia a nuestros semejantes en el que se han convertido las redes sociales. Ya no importa divertirse. Lo realmente importante es  producir para el Otro, mediante la imagen, la fantasía de que tenemos una vida llena de placeres, envidiable por tanto. La digitalización de la vida cotidiana, la inmediatez con la que podemos producir y distribuir imágenes, acaba por ficcionalizar nuestras existencias. La era de la simulación ya no designa únicamente el cambio de formato visual en el cine, sino que es perfectamente aplicable a la sociedad actual: lo que importa es el efecto que generamos con nuestra imagen en los demás, no quiénes somos ni cómo nos sentimos realmente. La ficción ya está incorporada en nuestra subjetividad, no urge ir a buscarla fuera.

En ese sentido, resulta sintomático que dependamos cada vez más de las pantallas de smartphones, tablets y portátiles mientras desaparecen a velocidad alarmante las grandes pantallas, las de las salas de cine. Los multicines instalados en centros comerciales resisten, de momento, el envite ofreciendo al espectador una experiencia de inmersión en la película gracias a la tecnología digital más avanzada. Ver un filme en una sala oscura provista de una pantalla grande ha dejado de ser algo mágico. Ahora, el espectador debe sentirse como si estuviera dentro de la imagen en pantalla.

El último nivel de deshumanización es en El Congreso la renuncia al propio cuerpo y a nuestros sentidos para vivir en una alucinación animada encarnando cualquier icono (James Dean, Elvis o incluso Jesucristo) en forma de cartoon. No se trata pues de disponer del físico de una estrella, lo cual aún supondría tener un cuerpo y verse afectado por todo lo que ello supone. Se trata de convertirse en la versión animada de una celebridad. El triunfo de lo virtual en su forma más primaria –el diseño de los dibujos que aparecen en el filme remite a la animación de la primera mitad del siglo XX, lejos de la sofisticación actual- es absoluto: se deja de tener una imagen para ser directamente una imagen, que puede ser alterada a voluntad sin pagar ningún precio subjetivo por ello.       

El congreso, como el relato de ciencia ficción que es, habla de la actualidad sirviéndose de una narración situada en una época futura. La trama fantástica que despliega el filme se construye a partir de hechos que resultan preocupantes en la época actual: el empobrecimiento del lazo social a causa de lo virtual y la progresiva ficcionalización que comporta en nuestras vidas son ya irreversibles en la película, donde el sujeto elige vivir definitivamente en un mundo ficticio, alucinado, bajo la forma de un icono.

Antes de que llegue un panorama como el que la película describe, convendrá no olvidar la importancia de las formas de representación en nuestras vidas, reivindicar el valor del cine como medio capaz de desplegar verdades a través de imágenes ficticias –o reales, pero filmadas en todo caso-. Verdades dignas de una experiencia real. 

 

Bibliografia

-J. M. Paz Gago. “El cine ha muerto. ¡Viva la realidad…virtual!”, Arte y nuevas tecnologías: X Congreso de la Asociación Española de Semiótica, 2004.

 

José Carlos Palma Martín

El Congreso. This is the end

NODVS XLIV, gener de 2015

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