Lolita: Construcción del fantasma, deseo y perversión

Referencia presentada en el Seminario del Campo Freudiano de Barcelona, el 13 de junio de 2015.

  • Publicado en NODVS XLV, juny de 2015

Resum

Este artículo elabora un recorrido por la obra de Vladimir Nabokov, Lolita, a partir de la referencia que de ella hace Lacan en el Seminario VI acerca del uso fundamental del fantasma. El texto contrapone las figuras de los personajes de Humbert Humbert y C.Quilty en tanto ejemplos de neurosis y perversión, respectivamente, por su forma de abordar el objeto de deseo.

Paraules clau

Fantasma. Deseo. Falo. Objeto. Perversión. Nínfula.

Lolita fue una de las obras que dio a conocer a Vladímir V. Nabokov como uno de los mejores escritores de su época. Se publicó en 1955 y tuvo toda su relevancia en tanto crítica poco discreta sobre la moral norteamericana. A continuación intentaré hacer un recorrido por la obra explicando por qué Lacan rescata esta referencia respecto al uso fundamental del fantasma.

 

Humbert Humbert

“Repaso una y otra vez esos míseros recuerdos y me pregunto si fue entonces, en el resplandor de aquel verano remoto, cuando empezó a hendirse mi vida. ¿O mi desmedido deseo por esa niña no fue sino la primera muestra de una singularidad inherente? Estoy persuadido, sin embargo, de que en cierto modo fatal y mágico, Lolita empezó con Annabel.”[i]

Annabel fue el amor de adolescencia de Humbert Humbert, protagonista de esta historia. Una de esas contingencias que depara la vida que despertó un deseo singular y que marcó un destino posible para este personaje.

Así se inicia la novela, con un amor difícil de realizar. Por aquel entonces la vida de H.H no tenía mucho brillo hasta que encontró a Annabel. Pasaba su tiempo esperando encontrarla fuera del alcance de la vista de algún adulto, ya que se les permitía estar a la distancia suficiente para que no se les oyera pero no sin que se les viera.

El primer intento se vio truncado por la voz de la madre de Annabel y el segundo por unos bañistas indiscretos. Como una fotografía, quedó marcado en su memoria el último día que tuvo la oportunidad de llevar a cabo tan esperado anhelo: “sus delgados hombros desnudos y la raya de su pelo era lo único que podía identificarse en la soleada bruma donde se diluyó su perdido encanto.”

Cuatro meses después Annabel moría de tifus, dejando así la marca de una satisfacción inconclusa. Un duelo que encontró en Lolita la ilusión de ser resuelto, lo cual podemos leer bien en el siguiente pasaje: “la comezón, la llama, el néctar y el dolor quedaron en mí, y a partir de entonces ella me hechizó, hasta que, al fin, veinticuatro años después, rompí el hechizo encarnándola en otra.”

Para Lacan el duelo no es una pérdida simbólica sino algo conectado a lo real[ii], bajo esta perspectiva se entiende que es el agujero mismo el lugar en el que adviene el significante que falta. Eric Laurent en su texto “¿Que es un psicoanálisis orientado hacia lo real?”[iii] Nos dice que “la realidad viene a cubrir con un objeto-pantalla, un punto de real”. Esto es esencial para la formación del fantasma, si la entendemos como aquella que fija un goce, la textura imaginaria, dirá Lacan, del cuerpo.

El propio protagonista nos confiesa que “la conmoción producida por la muerte de Annabel consolidó la frustración de ese verano de pesadilla y la convirtió en un obstáculo permanente para cualquier romance ulterior”

Así fue, antes de Lolita hubieron otras que se hacían soporte de aquellos rasgos que ordenaban el deseo de Humbert, pero que resultaban no ser más que espejismos, mascaradas. Estos rasgos los localiza en lo que él llama nínfula y que describe como “el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas de ternura me prohíben enumerar, al pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas”[iv]

Después de invertir demasiado tiempo en una búsqueda infructuosa de su nínfula decidió que casarse haría de él un hombre digno de su deseo. Valeria, la que terminó siendo su mujer durante cuatro años, fue elegida por “como habría de advertirlo demasiado tarde, una lamentable transacción”[v], lo que realmente le atraía de ella era que imitaba a una niña.

Tras una estancia en un sanatorio realiza un viaje por la región ártica canadiense, desierto de nínfulas, donde sus oscuros deseos se mantuvieron a raya. A su vuelta reaparecieron los ataques de melancolía y angustia que menguaron al descubrir que había una fuente inagotable de placer en jugar con los psiquiatras que lo tildaron de homosexual en potencia y de impotente.

Recompuesto, decide buscar un lugar tranquilo en el que seguir con sus trabajos de erudición donde se ofrecería como instructor de nínfulas a las que “ejercitaría en francés y mimaría en humbértico”[vi]

 

“Lolita”- “Lo”- “Dolly-lo”

“Era la misma niña: los mismos hombros frágiles y color de miel, la misma espalda esbelta, desnuda, sedosa, el mismo pelo castaño... Los veinticinco años vividos desde entonces se empequeñecieron hasta un latido agónico, hasta desaparecer, ese impacto de apasionada anagnórisis[vii]. En el brevísimo instante durante el cual mi mirada envolvió a la niña arrodillada.”[viii]

Aquí se nos revela bien el momento en el que el protagonista se reconoce en eso, la hendidura[ix], que va a ser rápidamente atrapado por su historia. Dos operaciones, la desaparición y su introducción en el aparato del fantasma, que se dan en un mismo movimiento.

Lacan, al final del capítulo 24 de este seminario[x], nos dice que la estructura del deseo neurótico recae en desearse deseando, de esta manera el sujeto se agarra al deseo como intento de no desaparecer, para no hacerse soporte de ese goce. En esta tesitura es en la que se teje la historia de “Lolita”, que a grandes rasgos va de la posición de ésta en tanto falo idealizado, obstáculo fascinante, a la posición de resto.

En la primera parte de la novela nos encontramos a un Humbert absorto en sus pensamientos sobre Lo, rompiéndose la cabeza para encontrarse a solas con ella en un intento de realizar sus deseos más íntimos, aunque siempre en la distancia, esperando el momento perfecto. Pero la espera se precipita cuando la madre de Lolita, Charlotte, decide alejarla de su vida, llevando a Humbert a decidir casarse con ella con tal de mantener a Lo en su vida. A partir de ese momento, como padre de la joven, se dedica a escamotear su relación matrimonial hasta el punto de querer asesinar a esta mujer y quedarse al fin con su nínfula. Fantasía que por la benevolencia del destino nunca hará falta que lleve a cabo ya que Charlotte muere atropellada, tras descubrir los escritos sobre Lolita que Humbert guardaba bajo llave.

Este suceso da las coordenadas necesarias para que Humbert se encuentre por primera vez ante su objeto de deseo, ahora lo podría tener. Es entonces cuando el protagonista nos revela un sueño de angustia que pasa desapercibido, pero por presentarse justo antes de ir a buscar a su Lolita, tiene todo su valor: “Me despertó una sesión gratuita y horriblemente agotadora con un pequeño y velludo hermafrodita, absolutamente extraño para mí”[xi]

Una extrañeza que se ve recubierta por una Lolita que se erige en el lugar de objeto ideal. Lacan rescata en este punto la función simbólica de la imagen i(a)[xii], lo que permite tanto a Humbert como a Lolita quedar a salvo de saber algo más sobre su relación.

Este es el interés de esta obra, cuya estructura deja entrever como el falo encarna para Humbert una solución al problema del deseo, pero una falsa solución. Es decir, erigir a Lolita en el lugar del falo perdido para poder acceder a él en tanto objeto inaccesible, ejemplificando así la estructura del deseo por excelencia. Pero lo que atañe realmente a este personaje es que “se las arregla para que el objeto de su deseo adquiera valor esencial de significante de esa imposibilidad”[xiii]

Esto se ve mejor a partir de la segunda parte de la novela, en la que inician un viaje por Estados Unidos. A lo largo de este trayecto el protagonista se da cuenta de que Lolita se le escapa, sus sospechas se ciernen sobre un tercer personaje, ese que Lacan va a identificar como el perverso, el que accede realmente al objeto[xiv].

 

C.Quilty

Se trata de un personaje misterioso, que se hace presente en las idas y venidas y los medio-dichos de Lolita, cuya posición se desvela en el après-coup.

Al final del relato una Lolita desprendida de sus atributos de nínfula confiesa a H.H que ella siempre fue de Quilty, confirmando así las sospechas que lo llegaron a hacer enloquecer en su momento.

No sabemos mucho más de éste personaje, sólo que en sus apariciones Lolita se sustraía del campo de control de H.H., tal como nos dice Lacan al final del capítulo 26 de este seminario, en estos intervalos se entreve que el objeto que el perverso asedia es un objeto en el corazón del Otro, en este caso un objeto en el corazón del fantasma del otro: Lolita.



 

Notes

[i]Nabokov, V. Lolita, Barcelona, Ed. Grijalbo, 1995, p.7.

[ii] Lacan, J. (1958-59/2014).  El Seminario, libro 6, El deseo y su interpretación. Buenos Aires: Paidós, p.371

[iii] Laurent, E. “¿Que es un psicoanálisis orientado a lo real?” Freudiana, núm.71, mayo/agosto 2014.(disponible en www.freudiana.com)

[iv] Nabokov, V. Lolita, Barcelona, Ed. Grijalbo,1995, p.10

[v] Ibíd., p.14

[vi] Ibíd., p.20

[vii]La anagnórisis (del griego antiguo ἀναγνώρισις, «reconocimiento») es un recurso narrativo que consiste en el descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su identidad, sus seres queridos o su entorno, ocultos para él hasta ese momento. La revelación altera la conducta del personaje y lo obliga a hacerse una idea más exacta de sí mismo y de lo que le rodea.

 

[viii] Nabokov, V. op.cit., p.22

[ix] Lacan,J. op.cit., p.470-471

[x] Ibíd., p.483

[xi] Nabokov, V. op.cit., p.63

[xii] Lacan,J. op.cit., p.505

[xiii] Ibíd., p.370

[xiv] Ibíd., p.505

Andrea Freiría

Lolita: Construcción del fantasma, deseo y perversión

NODVS XLV, juny de 2015

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