PRESENTACIÓN DEL LIBRO “EL SILENCIO DE LAS DROGAS” de LUIS DARÍO SALAMONE

 

  • Publicado en NODVS XLVI, gener de 2016

Es una alegría múltiple estar aquí hoy en este acto de presentación del libro de Luis Salamone “El silencio de las drogas”. Por un lado tener el privilegio de contar con la presencia de Luis para hablarnos de su libro, un libro sobre drogas producto del trabajo que ha llevado a cabo en el marco de la red TyA, red de Toxicomanías y Alcoholismo de la AMP que hace unas décadas que se puso en marcha. Esto me da la ocasión de recordar que en nuestra comunidad también ha existido durante años el trabajo entorno a la investigación sobre los fenómenos contemporáneos de la adicción, la toxicomanía y las drogas. De un tiempo a esta parte, dicho trabajo, ha mutado en forma de cartel, debido a la supresión –espero que temporal- del grupo de Investigación sobre Toxicomanías y Alcoholismo en el marco de la Sección Clínica de Barcelona. Cuando hace dos años éste desapareció como tal, algunos integrantes del grupo decidimos proseguir en forma de cartel. Es pues un motivo de vivo entusiasmo el acto que hoy nos convoca. De alguna manera siempre hemos seguido manteniendo el contacto con personas que forman parte del TyA en la AMP. Fue el propio Luis que en 2012 nos invitó a participar en el 1º Coloquio internacional TyA que se llevó a cabo en Buenos Aires.

 

Otro motivo de no poca importancia atañe a la posibilidad que me ha brindado este libro de retomar una reflexión sobre un tema que me apasiona especialmente y en el que casualmente estoy trabajando. Se trata de las relaciones de la sublimación con la intoxicación, o más precisamente de una pregunta suscitada a partir de haber hecho mi DEA sobre la sublimación: ¿qué relación se establece entre la creación y el uso de tóxicos? ¿Qué podría explicar la gran cantidad de artistas de ámbitos como la música y la literatura, que en su vida han consumido drogas, alcohol o han tenido una existencia marcadamente intoxicada? ¿No será que la creación derivada de la operación de la sublimación, le pasa factura al sujeto en forma de adicción? Como puede intuirse la pregunta no es sencilla, tiene distintas aristas y bucles y como siempre habría que pensar en el caso por caso. Y precisamente este libro me ha brindado esta posibilidad.

 

Haré por tanto una pequeña presentación de cosas que he ido extrayendo de algunas partes de este libro. Habría que empezar diciendo enfáticamente que su lectura es muy amena y envolvente, a la vez que clara. Las citas son múltiples e incluyen referencias ineludibles de nuestra orientación, Freud, Lacan, Miller, Laurent, así como trabajos de otros colegas de la AMP que vienen trabajando hace tiempo sobre el tema.

 

Uno de los aspectos que me pareció fascinante entorno a la sublimación era que daba cuenta de un mecanismo que fue, diría, una suerte de intuición muy temprana de Freud sobre unos de los destinos de la pulsión, que de alguna manera estaba vinculado con la época, puesto que ese producto resultado de la sublimación debía ser “valorado socialmente”. Este valor social la situaba en un borde que ponía en tensión lo individual del destino de la pulsión de un artista, por decirlo así, con el efecto de su producción que se inscribía en la cultura, con un producto cultural y social a disposición de la comunidad. Su producción por tanto de algún modo interpreta lo social, da cuenta de las características de una época. Pues bien, bajo mi punto de vista, la toxicomanía comparte con la sublimación ese lugar fascinante en donde si bien se trata de una actividad de goce autoerótico de un individuo, éste no está del todo aislado de su contexto histórico: el uso de un tóxico da cuenta, en cada momento, de un lugar y una época. Tenemos por tanto los relatos de las diferentes sustancias utilizadas por cada uno de los sujetos descritos en el libro. Estos son por ejemplo Baudelaire, Gautier, Quincey, Miles Davis, Charlie Parker, Kurt Cobain, Anibal Troilo, Margeritte Duras, Françoise Sagan… entre otros. Así el opio, la heroína, la cocaína, el alcohol, el hachís, se van dando cita para aparecer en forma de capítulos que dan cuenta del la presencia del tóxico en las vidas de algunos de los grandes creadores de nuestro siglo, una presencia por momentos absolutamente potente y arrasadora… En cada caso el autor hace mención de la relación a la música o la escritura, es decir, al aspecto sublimatorio de la pulsión de cada sujeto, como de la relación con las mujeres, el contexto social y el modo de su actividad toxicómana. En su peculiar estilo recoge, más que un extenso despliegue de datos biográficos, momentos, detalles, escenas de la infancia que marcaron de alguna manera el destino de cada artista. Flashes que sirven para pensar la operación que puso en marcha cada sujeto con su actividad. Por poner un ejemplo, en el excelente episodio sobre “el Gordo golpeado por la bohemia del arrabal”, rescata la pena que le dejó a Anibal “Pichuco” la muerte del padre de no haber podido escuchar su voz. Tiempo después se convirtió en pilar del Tango de su tiempo.

 

Las reiteradas menciones a la vinculación de la adicción con el superyó, me hicieron pensar en la propia relación que establece Freud entre sublimación y superyó, en tanto ambas son de algún modo esquivadores de la satisfacción sexual directa y están vinculados a un relato social. Otro nexo de conexión que hallé muy bien reflejado en el libro es la cuestión de la intensidad, de la ausencia de homeostasis de la que provee la creación. Todos los sujetos de los que nos habla Luis poseen una pulsión intensísima, casi irrefrenable, y el tóxico viene al lugar -muchas veces fallido-, de tratar esa intensidad, produciendo rápidamente un sufrimiento mayor. Mientras crean bordean el agujero de Das Ding, pero en el segundo después de parar, pareciera que necesitaran obturarlo con la droga. También es muy interesante la relación con el cuerpo que se deja traslucir en la vida de Kurt Cobain que vivía atormentado por un dolor estomacal perpetuo, la degradación del cuerpo de Baudelaire, la presencia del cuerpo atormentado por el dolor de la desintoxicación de heroína en Miles Davis, etc. Otro impactante lazo es el que encontré con el silencio. Luis habla de las drogas a partir del silencio desgranando sus matices. Está por un lado, el silencio de lo reprimido y, por otro, el silencio que se vincula a lo real, a ese silencio estructural cercano a Das Ding. También la sublimación es un concepto silencioso en la propia obra de Freud. Presente de principio a fin, pero muy discreto. Ese sugerente silencio lo pusimos en relación a la propia estructura de la sublimación y a la relación del propio Freud con la creación del psicoanálisis.

 

Los capítulos que habla de los grandes del jazz de ésos hombres que cambiaron el rumbo de la música, son apasionantes. Leyéndolo caí en la cuenta de la presencia de algunos de ellos en momentos claves de mi propia vida, en su participación en los encuentros que marcan mi existencia. Por poner un ejemplo reciente, el pasado fin de semana, en un concierto de jazz se podía notar la materialidad de la satisfacción que experimentan los músicos cuando están tocando… El contraste entre esa satisfacción sin duda sublimatoria y por tanto real, como decía Freud, y el panorama de la vida de algunos artistas, su existencia en tanto que sujetos, más que de una hiancia, da cuenta de un abismo aspirador comandado con toda la fuerza de la pulsión de muerte. Asombroso. También sorprendente la constatación del duro deseo de durar, puesto que hay cuerpos sometidos a un tratamiento adictivo tal que envejecieron a marchas aceleradas, y que uno se pregunta cómo es que aguantaron tanto… no es obvio. Cuenta, por ejemplo, que en la autopsia de Charlie Parker muerto con 34 años, encontraron un cuerpo que parecía ser el de alguien de 65. Y una cita del mismo que rescata Salamone que dice: “Soy Charlie Parker a pesar de las drogas, no gracias a ellas” apuntando a una especie de creencia popular que asociaba la genialidad como efecto del consumo y que se llevó la vida de no pocos jóvenes del entorno del jazz de esos años. Esto sin restar el misterio de que, efectivamente, algún papel deben jugar los efectos del tóxico en el acto creativo.

 

Los capítulos que atañen a los escritores también dan cuenta de una intenso sufrimiento donde lo que es aplacado y lo que es producido por el tóxico queda en una línea de indistinción que nos obliga a no concluir rápidamente sobre el estatuto de lo que está bien o está mal. Margeritte Duras estuvo arrasada por el alcohol pero escribía ebria. Alcohol y olvido por tanto no siempre van de la mano, y Luis nos lo cuenta de la mano del escritor boliviano Víctor Hugo Viscarra.  La lucidez que permite la penetración en los misterios de la vida y la lengua suelen estar regadas de miles de litros de alcohol.

 

Si bien habla del autismo del goce toxicómano, de su corte con la relación sexual que no existe, el libro de Luis nos recuerda que ese goce autista participa de componentes bien sociales, por ejemplo cuando nos habla de los efectos de la fama o el éxito en algunos sujetos que no están alejados del empuje irrefrenable a seguir el camino de la pulsión de muerte. En cada caso la fama y sus consecuencias juega participa de distinta manera en el tratamiento de cada sujeto.

 

La relación con las mujeres en cada artista es algo en lo que Luis se detiene en cada caso. Se ve bien como en algunos, el encuentro con alguna mujer funcionó, aunque fuera parcialmente, para atemperar el empuje toxicómano, una mujer funcionó como síntoma, sin que eso constituyera la salvación de ninguno de ellos. Y en otros casos, lo que aparece son proliferaciones de muchas mujeres con las que el sujeto no logra agujerear la consistencia de su programa de goce. Lo femenino es un componente clave para pensar la creación. La figura de la dama en el amor cortés da cuenta de que en la creación el sujeto se enfrenta a la otredad, a lo femenino, de un modo radical.

 

En tanto están presentes personajes de distintas épocas históricas y lugares geográficos, vemos también distintas apariciones del goce transgresivo vinculado a la ley. Si bien hasta los años 70-80 el consumo fue abiertamente perseguido por la ley, entonces los sujetos podían además extraer un goce unido a la transgresión de las normas sociales y la denuncia de la hipocresía social de su tiempo, como el caso de Keith Richards. Pero otros testimonios más recientes dan cuenta de la cuestión del goce más propiamente derivado de las consecuencias más crudas del capitalismo: un goce sin límite, que lo aspira todo, que lo vende todo. Lo vemos reflejado películas como Trainspoting o los avatares que sufrió Nirvana de Kurt Cobain. Sea como fuera los seres humanos hemos vivido desde tiempos inmemorables consumiendo sustancias tóxicas al servicio de tratar el dolor de existir. Las drogas de diseño de antaño fueron el opio, el hachís o la morfina de finales del siglo XIX.

 

Para finalizar no quería concluir sin resaltar la posición ética del autor en un tema cuyo tratamiento no pocas veces queda inmerso en un clima de prejuicio y moralina. Si la sublimación es el único ideal que el psicoanálisis rescató hasta el final de la enseñanza de Lacan, lo hizo enfatizando que lo sublime para el psicoanálisis tiene forma de resto, está hecho de algo informe y nauseabundo, y no es de extrañar que ahí, la droga, venga a jugar un papel. Pero eso, -y Luis Salomone lo trata de maravilla- no está al servicio de ningún juicio de valor sobre los artistas. Este libro logra por tanto bordear el silencio que acompañaron a no pocos creadores para darle su justa dignidad como sujetos, sin encumbrarlos en inertes idealizaciones ni restarles el valor de las aportaciones absolutamente geniales que han contribuido a nutrir nuestra cultura.

Irene Domínguez Díaz

PRESENTACIÓN DEL LIBRO “EL SILENCIO DE LAS DROGAS” de LUIS DARÍO SALAMONE

 

NODVS XLVI, gener de 2016

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