William S. Burroughs: las drogas y los Números

Texto escrito inicialmente como complemento a la presentación de Erick González The final fix o el colocón final. Sobre la novela “Yonqui” de William S. Burroughs en el "1er Ciclo sobre el Objeto-Droga en la Cultura. Escrituras Adictivas", para ser publicado a cargo del Espai Contrabandos.

  • Publicado en NODVS L, desembre de 2017

Resum

El presente texto aborda la relación del escritor William S. Burroughs con el objeto droga como protección ante la amenaza invasora del lenguaje y cómo esta relación se hace presente en su obra.

Paraules clau

Burroughs, drogas, Números, lenguaje, virus.

En 1953, William S. Burroughs realiza un viaje a la selva amazónica de Colombia y Perú para encontrar la ayahuasca, una planta cuya ingesta en forma de bebida produce efectos alucinógenos. De este viaje sabemos a través de la correspondencia epistolar que Burroughs mantuvo con su amigo el poeta Allen Ginsberg, otra figura capital de la Generación Beat, publicada en 1963 bajo el título de Las cartas de la ayahuasca.

¿Qué conduce a Burroughs a realizar este periplo?

Partamos de que el escritor considera al lenguaje un virus venido del espacio exterior que invade al sujeto humano para establecer una relación parasitaria con su cuerpo. Tal y como afirma en el documental Comissioner of Sewers: “Las palabras pueden tornarse peligrosas. Ellas actúan como un virus que puede replicarse solo. Un virus no sería reconocido como virus. Un virus sólo puede ser reconocido por los síntomas (…) Una cosa que puede detectarlos es que son compulsivos e involuntarios. Es muy difícil para cualquier ser viviente detener el flujo de las palabras. Es algo que acontece en contra de su voluntad, realmente.”[1]

Burroughs está interesado en los efectos telepáticos que, presumiblemente, puede producir la ayahuasca. Para el escritor, la telepatía no es un sistema de emisor-receptor como sí es el lenguaje, lo cuál permitiría eludir los efectos de control que éste produce sobre el sujeto. La ayahuasca constituye en Burroughs otro de sus incipientes intentos -como también los jeroglíficos egipcios- por escapar a la posesión parasitaria de las palabras.

En sus cartas a Ginsberg, Burroughs no se limita a describir las aventuras que le van ocurriendo en su búsqueda de la planta sino que también veremos aparecer por vez primera uno de los rasgos más característicos de su estilo literario: las farsas o números.

La primera farsa que escribe Burroughs se titula Roosevelt tras la toma de posesión. Es adjuntada a una carta a Ginsberg con fecha de 23 de mayo de 1953, en la que Burroughs afirma que la idea para escribirla le vino de un sueño del que despertó riéndose.

Roosevelt tras la toma de posesión inaugura el estilo mordaz y grotesco que va a presidir El almuerzo desnudo, que no casualmente, está formado en gran medida por las posteriores farsas que Burroughs envió a Ginsberg. En efecto, lo que narra es cómo el presidente Roosevelt, tras tomar posesión de su cargo, nombra a los más abyectos personajes barriobajeros para que ocupen puestos en su gobierno, generando consecuencias catastróficas.

Ahora bien, cabe preguntarse qué función cumplen realmente estos números para Burroughs en un doble eje: su relación con las drogas y su concepción del lenguaje como virus parasitario.

En el prólogo que escribió en 1985 para Queer (novela escrita en 1952 pero no publicada hasta la primera fecha), Burroughs habla de las drogas como tapón frente al deseo, que casa con una desintegración de la propia imagen: “Un toxicómano respeta poco su imagen. Usa la ropa más sucia y gastada y no siente ninguna necesidad de llamar la atención. (…) En mi primera novela, Yonqui, el protagonista, Lee, da la impresión de ser equilibrado e independiente, seguro de sí mismo y de lo que quiere hacer. En Queer es desequilibrado, urgentemente necesitado de contacto, totalmente inseguro de sí mismo y de sus objetivos. (…) la diferencia es simple: Lee colocado es codiciado y está protegido y también severamente limitado. El caballo no sólo le provoca un cortocircuito con el apetito sexual sino que además le embota las reacciones emocionales hasta casi anularlas, según la dosis.”[2]

El cese de este cortocircuito en el deseo sexual provocado por la ausencia de droga durante el síndrome de abstinencia es el origen de las farsas o números: “Mientras que el adicto es indiferente a la impresión que causa en los demás, durante el síndrome de abstinencia puede sentir la necesidad compulsiva de un público (…), el reconocimiento de su actuación, que por supuesto es una máscara para tapar una desintegración espantosa. Así que inventa un desesperado formato llamativo que llama el Número: escandaloso, gracioso, fascinante (…) En Queer, Lee dirige esos números a un público real. Más tarde, cuando se desarrolla como escritor, el público se interioriza.”[3]

Así, en el capítulo V de Queer, Lee (Burroughs) despliega frente a los parroquianos de un bar un número, un monólogo sobre un jugador de ajedrez. Mientras habla, siente que las palabras le llegan como si se las estuvieran dictando. El monólogo no cesa aunque el bar quede vacío.

Podemos pensar que las drogas ejercen para Burroughs una función protectora. Desde el embotamiento de la heroína hasta la esperanza de hallar una nueva forma de comunicación en la ayahuasca, las drogas hacen al escritor menos vulnerable a la amenaza del lenguaje. Una cierta protección que sin embargo precipita la progresiva desintegración de su imagen corporal.

De modo que, los números que Burroughs inventa durante el síndrome de abstinencia, -que él sitúa como máscaras de la desintegración- le sirven como intento por hacerse visible de nuevo.

Hallaremos igualmente en el prólogo de Queer la solución sostenida que Burroughs encuentra para combatir el virus de la palabra hablada: la escritura. Afirma: “En cuanto se escribe algo, ese algo pierde el poder de la sorpresa, así como un virus pierde su ventaja cuando un virus debilitado ha creado anticuerpos alertados.”[4] El flujo incesante de la palabra hablada queda acotado, bajo control, mediante la escritura. Entonces, los desesperados monólogos orales de Queer se transforman en escenas escritas a partir de Las cartas de la ayahuasca y se consolidarán como estructura y estilo en El almuerzo desnudo. La escritura proporciona a Burroughs un público al que dirigirse, ya interiorizado para él en el propio acto de escribir. Definitivamente, la escritura hace existir a Burroughs.

Notes

[1]William S. Burroughs: Comissioner of Sewers (Klaus Maeck, EE.UU, 1991)

[2] Burroughs, William S. “Queer”, Anagrama, Barcelona, 2007.

[3] Burroughs, William S. “Queer”, Anagrama, Barcelona, 2007.

[4] Ibid.


José Carlos Palma Martín

William S. Burroughs: las drogas y los Números

NODVS L, desembre de 2017

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