La cuestión de la nominación en el Seminario de J.-A. Miller "Piezas sueltas"

Referencias al concepto de nominación extraídas del seminario "Piezas sueltas" de Jacques-Alain Miller (2004-05).

  • Publicado en NODVS XXVIII, maig de 2009

Resum

Este trabajo es el resultado de mi participación en el Grupo de investigación sobre Clínica del sinthome, promovido y animado por Montserrat Puig y Estela Pavskan. Resume y presenta las referencias de Miller al tema de la nominación en su seminario "Piezas sueltas" (2004-05), extraídas de aquellas lecciones en las que aparece tratado, directa o indirectamente. 

Paraules clau

Piezas sueltas, Jacques-Alain Miller, nominación

Lección 3, del 1.12.04: LA FALLA, SEXUAL

En esta lección, Miller no trata directamente la cuestión de la nominación, pero sí se refiere a cuestiones que están relacionadas con ella. Comienza con un comentario sobre lo que cuenta en una enseñanza -lo que se dice, más que lo que se piensa- para formular, siguiendo a Lacan, un descrédito del pensamiento, el apensar, que luego desarrollará.

Se refiere después a Spinoza, y confronta el "Nadie piensa" de Lacan con "El hombre piensa", de Spinoza, para concluir, mediante una torsión, en la confluencia de las dos tesis: El hombre piensa, pero el objeto constituyente del espíritu humano es el cuerpo, su goce, sus modos de goce. En relación a ello, todo lo demás -el lazo social, el lazo sexual, incluso- son secundarios, no constituyentes. Esta relación del pensamiento con el goce conlleva el fracaso, la falla -siempre sexual- del pensamiento, a la que Lacan llama "debilidad". Dicha falla no es un accidente sino, por el contrario, un concepto que va en pareja con el goce en el último Lacan.

El binomio separa aquí, por un lado, el cuerpo y su goce y, por otro, el sujeto del significante, la función del universal, el sueño de la salida por lo simbólico. En este punto conecta ya con Joyce, para plantear que su nombre, James Joyce, funciona como un sintagma, un nombre propio que designa un singular, efecto de su operación de encarnar el síntoma, contrapuesta a la de significantizarlo, llevarlo al universal.

El modo de decir de Joyce -en particular, del Joyce de Finnegans Wake- se sitúa más allá del querer decir; no da el significado del significante, sino su eco homofónico y translingüístico. Esto ya hace al sinthome, que apunta a lo singular, a las marcas de la relación de cada uno con lalengua, en tanto que ésta produce una desarmonía original, un traumatismo propio a cada sujeto, que no puede pasar por el significante. Queda el recurso a la obra, al escabel, forjado a partir del afecto del cuerpo, al que Lacan llama con su nombre freudiano: "síntoma".

El síntoma sirve para continuar, dice Miller, y se acude a un análisis para que sea un poco menos molesto, para obtener cierta felicidad: que se encuentre el querer decir -Lacan, en Seminario XXIII, lo comenta: el querer decir es lo que llamamos "inconsciente"- en el acontecimiento del propio cuerpo. Pero el alivio que produce aprender a leer el acontecimiento del propio cuerpo tropieza siempre con lo ilegible, con lo que refleja el traumatismo inicial. Ello implica renunciar a la búsqueda de una verdad última, al desciframiento total; también al pensamiento como aquello que hace sentido, y que es impotente para ponerse de acuerdo en lo sexual, por más que en aquello que se piensa siempre se responde a la sexualidad: la respuesta siempre es sintomática.

La obra de Lacan, su teoría -y, en particular, la suposición de lo real- sería su síntoma: inferir, más allá de la verdad del sentido, puesto como verdad, un fuera de sentido, puesto como real.

Acaba esta lección con una serie de comentarios sobre los nudos como una escritura que no articula significante y significado, sino que desengancha la escritura y la palabra, de un modo traumático que evoca el traumatismo de lalengua. Con los nudos, dice Miller, el pensamiento es invitado a abandonar la referencia al cuerpo, a la forma, a lo imaginario.

Simbólico, imaginario y real precisan de un cuarto elemento, el síntoma, porque, dice Miller, el lenguaje introduce o refleja un agujero, y es necesario un suplemento para empujarse y salir del paso. Ese agujero remite al traumatismo de lalengua, al acontecimiento de cuerpo. El anudamiento de Joyce pasa por la obra, su decir. Para el psicoanálisis, ¿se trata aún de resolver ese goce por el sentido, es decir, de significantizar?. Apunta, más bien, a otra vía, en línea con la solución Joyce, elevada a paradigma de la última enseñanza de Lacan: producir un relieve, hacer algo con la marca de la singularidad, con ese resto opaco que no puede pasar por el significante.

En los términos que Miller introducirá posteriormente, para Joyce, la obra -articulada al sinthome, encarnación del sinthome- tiene un efecto de nominación -"el artista"- en torno a lo que es su saber hacer. Dicho efecto de nominación conecta lo real del goce -sin ley, sin la ley del Nombre del Padre- con un sentido, y produce un efecto de anudamiento y de estabilización.

Lección 5, del 15.12.04: NOMINACIÓN

Esta lección está centrada en torno a la cuestión de la nominación, de la que afirma que es el punto en torno al que gira la última enseñanza de Lacan. Miller lo aborda por el sesgo de contraponer lo que puede ser comprendido, el para todos, de lo que está fuera de toda comprensión, el para uno. De lo real no se puede decir algo comprensible; se puede dar la idea o, mejor, el sentimiento de lo real. Lacan nombró este algo que elude la comprensión como lo real, y lo hizo nombrando, al mismo tiempo, lo simbólico y lo imaginario. Es la posición de Lacan: el acto por excelencia en que consiste el nombrar, y que también realiza al abordar a Joyce, nombrándolo: "Joyce, el síntoma".

El nombrar, como acto "divino", es evocado al principio del Seminario XXIII, en relación a la Creación. Miller propone un añadido al uso que hace Lacan del mito judaico según el cual la nominación fue propuesta al hombre, a Adán, quien la realizó, para ser comprendido, en la lengua de Eva, la lengua del Otro. Miller propone -al modo de una moraleja del citado apólogo- la contraposición entre nominación y comunicación, y ubica como la puerta sobre la última enseñanza de Lacan -al final del Seminario XX- el cuestionamiento de la evidencia de la comunicación, en la que estarían en primer plano o bien la referencia -aquello de lo que se trata -o bien el otro a quien uno se dirige.

Que la comunicación implica el predominio del Otro es una tesis que hallamos en la primera enseñanza de Lacan: la función de la demanda, la dimensión del querer decir, la finalidad significante de las formaciones del inconsciente, implican el reconocimiento de un Otro que condiciona el lenguaje que se le dirige. Esta evidencia de la comunicación es cuestionada en la última enseñanza de Lacan, y este cuestionamiento le lleva a colocar en su lugar la nominación. Este giro supone un recentramiento, que desplaza la referencia al Otro y pone en su lugar las respuestas de lo real, puesto que "la nominación es por donde el parloteo se anuda a lo real" (R,S,I, 11.3.75).

Si en la comunicación se aspira a entenderse con el Otro sobre el sentido, en la nominación, lo que se ha dicho, es supuesto aislar lo que hay. Nombrar es establecer una relación entre sentido y real, agregar a lo real algo que produzca sentido. Más allá de la función de indexar, de poner un nombre a una cosa, la nominación implica la suposición de que la cosa nombrada tiene su fundamento en lo real, que hay un acuerdo entre lo simbólico y lo real. Pero, ¿qué Otro puede ser la garantía de este acuerdo?: Dios, el Nombre del Padre... Hasta el Seminario XXIII, Lacan llama "Nombre del Padre" a la función radical de darle un nombre a las cosas y afirma que el padre es el que nombra las cosas, el que les da un nombre. Esta posición implica una creencia -en el padre, en el lenguaje, en que el lenguaje comunica- que equivale a un decir misa, a predicar.

En la segunda parte de esta lección, Miller aborda la cuestión de la nominación por otro sesgo, distinguiendo dos usos distintos del Nombre del Padre, que corresponden a dos momentos de la obra de Lacan. En la primera enseñanza, el Nombre del Padre asocia el significado y el significante, en tanto que punto de basta. En la última, el Nombre del Padre asocia lo simbólico y lo real, designa el efecto de lo simbólico en tanto que aparece en lo real. A este efecto corresponde la nominación, en tanto que dice (S) lo que es, lo que hay (R). Entendida de esta forma, la nominación sería la función propia de lalengua, tal como Lacan la plantea en el Seminario XX.

Un psicoanálisis puede empezar por la creencia en que lalengua sirve para la comunicación, pero el desarrollo de la experiencia hace surgir una finalidad diferente: el goce de lalengua. Ante esa finalidad, retrocedemos, nos acomodamos en los efectos de sentido que genera el lenguaje, en los efectos de verdad que produce. Pero la última enseñanza de Lacan no va en esa dirección -en la de los efectos de sentido del lenguaje- sino en la de los afectos que, como una secreción del cuerpo, produce lalengua. Miller señala que en el último capítulo del Seminario XX, Lacan sostiene aún que el afecto es reductible al efecto de sentido.

En el Seminario XXIII hallamos ya constituida una nueva perspectiva: el sinthome -una palabra antigua que viene a cumplir una función de nominación, a producir algo nuevo: unir simbólico y real en un punto inédito, añadir un sentido a lo real- que implica la certeza de que hay un afecto irreducible al efecto de sentido, inanalizable. El sinthome designa aquello que del síntoma es rebelde al inconsciente, que no representa al sujeto, que no se presta a los efectos de sentido y de verdad.

Joyce se sirve de su arte, del saber-hacer del artista, para producir esa operación totalmente ajena a la interpretación o al efecto de sentido. Y el sinthome puede entenderse como una suplencia de los elementos faltantes en su historia y en su subjetividad, a partir del carácter radicalmente carente del padre: a falta de la conjunción de lo simbólico y lo real, los nombres de los que Joyce disponía eran faltos de referente. Su operación sobre el lenguaje -disiparlo en lalengua- su saber-hacer que lo singulariza y lo nombra, tiene un efecto de suplencia del padre y del falo.

Miller hace referencia a los apartados que introdujo en el Seminario XXIII. A partir del primero, 'El espíritu de los nudos', vuelve sobre una cuestión planteada en la lección anterior: el nudo, paradójicamente, remite a la disyunción de los registros, opera como un prisma que descompone -que muestra que el hombre es un compuesto, no una sustancia. Ahí, el sinthome puede venir a dar una sustancia a lo que, para el sujeto, hace a lo real. En Joyce, Lacan destaca el enigma, como la marca de una cierta conjunción entre lo simbólico y lo real, que se traduce en lo imaginario por la perplejidad. Una cierta conjunción en la que, sin embargo, el dicho de Joyce -en Finnegans wake, de manera masiva- está disociado de un querer decir.

Ante el enigma, la mala respuesta del psicoanálisis sería buscar la respuesta por la vía de la interpretación, hacer creer en la posibilidad misma de la respuesta por la vía del sentido. Eso sería pretender responder al enigma de la conjunción de lo simbólico y lo real, por la conjunción de lo simbólico y lo imaginario. El sinthome, el arte de Joyce, no procede mediante esa operación.

De la pregunta de Lacan por la locura de Joyce, Miller toma el "se sintió llamado imperiosamente", para distinguir ese imperativo del imperio del padre, del sentido del significante amo que llama a la identificación. La operación de Joyce -valorizar su nombre propio- fue a expensas del padre, del S1. El nombre propio de Joyce es distinto del S1, y quizás por eso Joyce no hizo escuela, no tuvo discípulos. Su operación -en su vertiente de enigma- sigue haciendo trabajar a muchos universitarios, pero no produjo el tipo de identificación que hace escuela, probablemente porque su vínculo con el Otro, con el S1, no pasaba tampoco por la identificación.

En el último apartado, Miller trata la relación entre el sinthome y lalengua. A diferencia de Joyce, el neurótico habla del padre y del inconsciente, cree en el inconsciente y en el querer decir de sus síntomas. Pero ese querer decir tendría un fundamento en lalengua, en el encuentro -traumático, que deja marcas- que se produce entre ésta y el cuerpo. Lacan llama sinthome a la consistencia de esas marcas, ineliminables del inconsciente, y que el sujeto no alcanza a poder decir, a hacer pasar a lo simbólico. Es la dimensión narcisista en tanto que referencia al cuerpo, presente en el Seminario XXIII, en la relación específica de Joyce al cuerpo. Se trata de la relación al cuerpo en tanto que tal -es decir, la disyunción de los tres registros- más allá de lo que es tratable por el significante, por el sentido.

Miller concluye a partir de una pregunta: ¿Qué es lo que da el sentimiento en lalengua? Lo ilegible, lo que no se sabe qué quiere decir, daría el sentimiento de un goce propio al sinthome, ajeno al sentido. Si la operación analítica recurre al sentido para tratar el enigma de la relación de lo simbólico a lo real, para tratar el goce enigmático, refleja la dominación del Nombre del Padre; se trata, quizás, de si llena con eso todo el campo de la experiencia analítica, o bien permite percibir que es posible prescindir del Nombre del Padre, a condición de referirse a esos tres nombres -simbólico, imaginario y real- de los que Lacan dijo que eran "los verdaderos nombres del Padre", las nominaciones últimas.

Lección 6, del 12.1.05: LITURATERRE DESCONOCIDA

En esta lección -al igual que en las siguientes- Miller no aborda directamente la cuestión de la nominación, pero se refiere de diversas maneras a aquello que esta en juego en la nominación: la articulación entre el goce y el sentido. He seguido esta vía para localizar y aislar en el texto de Miller los puntos pertinentes para nuestro trabajo.

Miller empieza con una referencia al Seminario XVII, en el que encuentra una anticipación de cuestiones que Lacan desarrolló mucho después. Su aspiración a un discurso sin palabras, que sería "la esencia de la teoría psicoanalítica", remite al mathema, a un más allá del pathos siempre presente en la palabra. La formalización de los cuatro discursos articula el "está escrito" propio del mathema, con el pathos, el "ello habla", que se inscribe en la letra que representa al objeto pequeño a.

El "está escrito" tiene, sin embargo, una doble dimensión que reproduce, en cierta forma, la misma división. Miller ilustra una de estas dimensiones con las características de la escritura hasta la Edad Media -continua, sin signos de puntuación ni, a menudo, separación entre las palabras- que hacían necesaria la palabra, la lectura en voz alta, para hacer surgir el "querer decir" del texto. Se trata aquí de la escritura como inscripción de la palabra, como su representación. El otro modo de la escritura se refiere a lo escrito como marca, rasgo aislado, rasgo unario (el Einziger zug con el que Freud piensa la identificación). Este modo de lo escrito que no participa de un querer decir, que es no-para-leer, anticipaba lo que Lacan introdujo después con su uso de los nudos.

Miller concluye este primer apartado señalando los nombres que corresponden a estos dos modos de lo escrito y su significación clínica -a partir de una primera distinción hecha por Lacan en Lituraterre y de, posteriormente, la nueva perspectiva del Seminario XXIII. Al primer modo de lo escrito corresponden el significante y el síntoma en su concepción freudiana. Al segundo, corresponden la letra y el sinthome, el síntoma joyceano.

Al primer modo de lo escrito corresponde, pues, la lógica del inconsciente, "estructurado como un lenguaje" y destinado a ser leído. Las propiedades del significante -la aptitud para significar, la multivocidad, la relación cambiante con el significado- muestran su carácter de semblante, puesto al servicio de los artificios del inconsciente. En La instancia de la letra, se trata de la letra en tanto puede tener un uso de significante y servir para la palabra. Pero la letra, tal como Lacan lo planteó más tarde, en Lituraterre, no es un semblante. El segundo modo de lo escrito implica que la letra sea tomada en otro uso, en el que su univocidad, su literalidad, ajena al deslizamiento del significante, la sitúan próxima al registro de lo real. En este uso, se trata de una dimensión del "está escrito" en tanto que ello funciona, y no en tanto que ello habla. Es en este sentido que los nudos de Lacan son también una escritura -la escritura que conviene al sinthome- que continúa el uso de letras que siempre hizo en sus grafos y sus matemas.

En el Seminario XXIII asistimos a la construcción de "un discurso que no sería semblante", a partir de ese uso de la letra ajeno a la función del significante y su carácter de semblante. Finnegans wake, a pesar de proceder de la literatura -un ámbito en el que habitualmente se despliega un arte del semblante- es para Lacan un discurso que no es semblante, que extenúa y desnuda el semblante, mediante un uso de la letra ajeno a la lectura, a la producción de significación.

Miller explica que Lacan se refirió al inconsciente y el síntoma como hechos de goce-sentido (en homofonía con jouissance), y que él, en su enseñanza, promovió esta fórmula y la conjunción que expresaba, hasta que captó lo limitado de su alcance. Al final del texto Joyce y el síntoma, Lacan dice, del síntoma: su "goce opaco de excluir el sentido", abriendo el camino a una distinción entre dos goces: el goce transparente, que es sentido, que refiere al nudo elaborable del síntoma a partir del trabajo sobre el significante; y el goce opaco, ajeno al sentido, y que se corresponde con la definición de síntoma que hallamos en el Seminario XXIII: un acontecimiento de cuerpo.

El Seminario El sinthome explora esta vertiente del goce incontable, no significantizado y exterior al registro de lo verdadero. Refiriéndose a Joyce, Lacan habla del escabel, para caracterizar la operación presente en su arte, en tanto que emparentada con la sublimación pero, al mismo tiempo, radicalmente diferente. El escabel está condicionado por el hecho de que el hombre tiene un cuerpo, un cuerpo en el que se producen acontecimientos. Ante esa dimensión del afecto, el analista puede insistir en su operación sobre el sentido, en su intento de hacer surgir la verdad; pero por esa vía no está a la altura de la operación de Joyce, de su manera de tratar la disyunción entre lo real y el sentido.

Lección 7, del 19.1.05: DE a MINÚSCULA AL SÍNTHOME

En la segunda parte de esta lección, Miller retoma la dicotomía entre dos modalidades del goce, y rastrea su construcción a lo largo de la obra de Lacan.

La primera parte se centra en ciertos efectos de lo que Miller llama la alianza del amo con el saber -la burocracia- y en el propósito velado de dominio al que aspira este saber amo, por intermedio de la noción de conducta: ordenar y regular la sociedad, anticipando su porvenir, mediante la exclusión del goce, de lo más particular del sujeto, que queda, así, reducido a una "variable de ajuste". Miller nos invita a pensar la respuesta del psicoanálisis a partir de la última enseñanza de Lacan, yendo más allá del manejo adquirido de las nociones clásicas: el S1 -que permite pensar a la vez el Nombre del Padre, la función del padre y la identificación simbólica-, y el objeto a, del que nos propone hacer el pasaje a la noción de síntoma.

La logificación del objeto a aparece como la vía que llevó a sucesivos impasses que sólo fueron resueltos inaugurando una nueva dirección, en algunos puntos opuesta al carácter lógico del objeto a, su consistencia lógica, su carácter de producto de "la estructura de ficción con que se enuncia la verdad". Hasta cierto momento, el objeto a es el goce pensado a partir del saber, del significante, del orden simbólico. La noción de plus de goce -construida sobre el modelo de la plusvalía- mantiene una escisión interna al goce, pues una parte escaparía a lo contabilizable, a lo que es efecto de un aparato significante. En los términos del Seminario XI, se trata de la oposición entre homeostasis y repetición. El elemento real que insiste -que Freud captó como pulsión de muerte- procede, sin embargo, de lo simbólico; en la cura, y como reacción terapéutica negativa, es el resultado de que el goce sea capturado por lo simbólico. En el Seminario XX, hallamos una nueva definición del principio del placer, que no lo reduce a la homeostasis, sino que incluye el exceso, el elemento perturbador, y da lugar a un goce que incluye los dos términos anteriores: goce y plus de gozar.

Como un paso más en dirección a El síntoma, Miller se refiere a Televisión, texto en el que Lacan dice: "El sujeto es feliz" - "al nivel de la pulsión", según añadió en su día el propio Miller. Se trata aquí de una superación definitiva de la diferencia entre homeostasis y repetición: en todos los elementos de la vida, incluso en el síntoma, hallamos un elemento que, si bien no participa del bienestar consciente del sujeto, al menos lo hace en su perseveración en el ser. Con este cambio de perspectiva desaparece lo negativo del síntoma, la idea de que es aquello que debe curarse, ser eliminado, y entramos en la vía del sinthome.

Pero, si el significante ya no sirve para contabilizar el goce y producir ese suplemento que es el objeto a, si los desórdenes del goce forman parte de la felicidad del goce, ¿dónde está el significante? Miller encuentra el paso siguiente en "Televisión", en una serie de enunciados que él traduce en fórmulas que implican una reducción global del goce al significante: el goce consiste en los laberintos lógicos, en la lógica. El paso del sinthome implica que se haya visto esta equivalencia generalizada entre el goce y el significante, pero supone centrar la perspectiva en un goce distinto que está incluso fuera de este marco, y que implica relativizar esta equivalencia. Como dice Lacan al final de "Joyce el Síntoma", "la operación analítica consiste en recurrir al sentido para resolver el problema del goce", porque el goce -en psicoanálisis y tal como éste opera- es del significante.

En el último apartado de esta lección, Miller introduce la perspectiva pragmática para situar el uso, en psicoanálisis, de ciertos "instrumentos": el padre y los términos que se derivan de su función. Relativizada su eficacia y su función desde la perspectiva de El sinthome, Miller -siguiendo a Lacan- afirma que se puede prescindir no tanto del instrumento en sí, sino de creer en él. Tal como está construido el aparato del psicoanálisis, al menos de momento, el Nombre del Padre constituye uno de los engranajes de su maquinaria. El Nombre del Padre es un S1 que permite fabricar sentido con el goce, vuelve legible el goce: lo que cada cual despliega en un análisis, sus ficciones sobre el padre -si gozaba, si impedía gozar, si cumplía o infringía la ley- sirven en tanto que ayudan a poder leer la propia historia.

La perspectiva sobre la que abre la dimensión del sinthome es la de pensar el goce sin el S1 que lo vuelve legible, lo cual nos enfrenta a la forclusión del Nombre del Padre. Pero, la forclusión misma es la psicosis pensada a partir del psicoanálisis; incluso, decir psicosis es pensar a partir del psicoanálisis. ¿Cómo salir de este círculo? El esfuerzo de Lacan en el Seminario XXIII fue el de proseguir el psicoanálisis por otros medios, y comenzar a salir de los límites del inconsciente, pensando el psicoanálisis a partir de la psicosis. Pero -señala Miller- el inconsciente no es otra cosa que el sujeto supuesto saber, es decir, la suposición de un saber al goce, operación esencial al discurso analítico y condición de su funcionamiento.

Lección 14, del 6.4.05

El contexto político está muy presente en las elaboraciones que Miller presenta en esta lección. En abril de 2005, los recientes sondeos han revelado que el "No" -como así sucedió- se impondrá en el referéndum sobre el proyecto de Constitución europea. Al hilo de un artículo del responsable de la campaña del PS francés, Miller señala la desorientación de una clase política capturada por el sueño de la gobernancia: el gobierno de los expertos que, supuestamente, sería una superación de la política. En contra de la opinión del citado experto, Miller muestra que detrás del "No" hay una lúcida aprehensión de una coyuntura desfavorable para Francia, y no una falta de información o de educación de un electorado que -él sí- ha captado en un abrir y cerrar de ojos lo que sus políticos todavía no ven.

Para Miller, el modelo de la gobernancia -el gobierno sin la política, ejercido por un colectivo de expertos (colectivo quiere decir anónimo, aclara Miller)- implica la represión de algo que amenaza con volver de una manera violenta y sorpresiva. Es así como Miller interpreta lo sucedido en abril de 2002, cuando el fascista Le Pen quedó en segundo lugar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Para Miller, se trató en esa ocasión del retorno de lo reprimido, de los efectos de un llamado al padre que prepara el retorno de las formas más abominables de la autoridad.

¿Hay expertos en el psicoanálisis? ¿Puede haber expertos del inconsciente y, en consecuencia, analistas que se aburran en su práctica? El inconsciente tiene una faceta de repetición sin sorpresa -que estructura y define el síntoma- pero tiene también la faceta de lo imprevisible, del encuentro, en la que se pone en juego la insistencia de lo real -lo real sin ley, en los términos del Seminario XXIII- ya sea en la política, o en la clínica.

Miller caracteriza así el momento actual de la civilización, en el que captamos el cambio de régimen de existencia que se ha producido: vivimos ahora bajo el régimen del "sin ley", al que caracteriza también por el imperio del "no-todo", en el que se trata del detalle y de lo que solo puede ser considerado uno por uno; a diferencia del régimen anterior, presidido por el "para todo x", que instituía ideas generales de amplia validez.

El real propio del psicoanálisis es este real sin ley, hacia el que el analista debe mantenerse orientado y dispuesto a dejarse sorprender por él. Pero la cuestión tiene un alcance diferente cuando observamos qué se ha producido en este cambio de régimen, entendiendo por régimen las modalidades sociales, discursivas, de tratamiento del goce: qué se pierde y qué hay de nuevo en esos diferentes modos de tratar este real sin ley. Miller señala que -paradójicamente, y a pesar de su imagen asociada a la figura del superior, a la autoridad única- el régimen del "para todo x" da lugar a la excepción, la cual resulta, de hecho, un efecto de este sistema. El régimen del "no-todo" instituye, al contrario, la serie -no el conjunto- que se continúa, lawless, sin ley, y que pide un interés particularizado para cada término.

Esta primera versión parece mostrar que el paso del "para todo x" al "no-todo" comporta un progreso. Pero Miller propone otra lectura de lo que se articula en este uso de las fórmulas de la sexuación. La ley del "no-todo" es una ley que, a diferencia de la anterior, dice "sin excepciones" y, desde esta perspectiva, dice también "Todos contra la pared, muestren su documentación". Esta lectura del "no-todo" estigmatiza la excepción, la posibilidad de que uno -cualquiera- pueda encarnarla (como sucede en el otro régimen), e instituye un totalitarismo serial. En el régimen anterior, sin embargo, hay un lugar para algo que es esencial para el psicoanálisis: que cada cual puede ser una excepción y que la excepción deviene el privilegio posible para cualquiera. En el régimen del "no-todo", el "sin excepciones" instituye la sospecha generalizada y abre la puerta a la evaluación también generalizada, a la que Miller ha hecho referencia anteriormente, en relación a la enmienda Accoyer y su proyecto de regulación de las prácticas psi.

Miller previene contra una interpretación conspiratoria de esta situación: no se trata de conspiradores y de víctimas; se trata de modalidades de goce a partir de las cuales, eso sí, se alinean las posiciones subjetivas. Esta lógica de la insistencia de lo real, de lo real sin ley, tiene su traducción en la clínica: el Nombre del Padre es un artificio, no está en lo real -es lo que formula Lacan en el Seminario XXIII- por lo que Lacan puede decir que todo el mundo está loco. Este punto de vista hace desaparecer la cuestión del diagnóstico diferencial: la psicosis -generalizada- pasa a ser lo real del asunto, a partir del cual hay formaciones a las que llamamos neurosis y perversión. Sobre este real, la paranoia supondría una construcción que comporta ciertas regularidades y certezas, pero debajo de estas formas hallamos aquello que podemos nombrar con el término esquizofrenia: el murmullo de la lengua, que Lacan encuentra en el caso Joyce.

Miller concluye con una referencia a Skinner y a Walden dos, como un intento de recomponer un real con ley, a partir de una concepción del psiquismo como estando formado de piezas sueltas cuya ley de montaje nos sería conocida. Los métodos pedagógicos expuestos en Walden dos conectan con el régimen de la sospecha y la evaluación generalizadas, y apuntan a instituir el régimen del "piensa en las consecuencias": convertir a cada cual en el sujeto supuesto saber lo que le sucederá si hace tal cosa, y no actuar nunca sin prever las consecuencias. En la perspectiva de pensar la articulación entre lo real y el sentido, no habría peor manera de abordar la dimensión del real sin ley.

Lección 18, del 25.5.05

Miller empieza esta lección refiriéndose a la conferencia que Laurent dictó -"El Nombre del Padre, entre realismo y nominalismo"- en la sesión anterior del Seminario. En esta ocasión, le ha pedido a Laurent proseguir conjuntamente esa elaboración, que Miller sitúa en la línea del Seminario que ambos realizaron en 1996-97, con el título "El Otro que no existe y sus comités de ética". Se trata de "El Otro que no existe y…" aquello que viene a llenar ese lugar vacío, en función de los términos que produce el discurso universal.

Miller evoca uno de esos términos, sobre el que ha hablado en este Seminario -los intentos de estandarización y "mecanización" de las prácticas psi- y lo encuadra ahora en un contexto más amplio en el que se trataría de un fenómeno de civilización. A eso se refirió Laurent, al reunir una serie de datos, de enunciaciones, que testimonian de un proceso por el cual la verticalidad del Otro -la del Nombre del Padre- está siendo substituida por una horizontalidad. Como efecto de este cambio, quedaría en suspenso todo lo que antes podíamos considerar como protegido por una primacía, y el combate discursivo que se produce abre las puertas a numerosas innovaciones que afectan, en particular, a la organización de la familia, en tanto que lugar electivo de las utopías que pretenden una reconfiguración.

Esto se traduce en lo que podemos designar como el dinamismo jurídico de la sociedad, alimentado por las llamadas "nuevas demandas", nuevas en tanto que ya no están inhibidas por la tradición: el pasado ya no hace ley, ni funciona ya como garantía o como obligación. Todo sucede -afirma MIller- como si estuviéramos en un mundo compuesto por individuos iguales, virtualmente semejantes, entre los cuales se trataría de arreglos, de montajes. Eso concierne también a su unión, a lo que antes se llamaba matrimonio -se trata también del nuevo uso de palabras antiguas o de la invención de nuevas-, y a la procreación. En este punto, el discurso de la ciencia y el del derecho convergen para autorizar lo nuevo.

En cierto sector de la población se considera que se trata solo de semblantes, de ficciones en el sentido de Bentham, y se multiplican las demandas de nuevos montajes jurídicos para maximizar el bienestar de los sujetos. Para Miller, sin embargo, estos cambios, esta dinámica jurídica aliada con el progreso científico, afecta al Nombre del Padre. El motor de este dinamismo jurídico sería el imperativo de igualdad entre los sexos, con las consecuencias que ya se esbozan en relación a la filiación. La diferencia entre los sexos basada en la Naturaleza carece ya de toda autoridad y puede ser recusada en nombre del derecho; pero esta recusación de la Naturaleza y de sus exigencias desanuda la función de lo real, hace surgir una instancia de lo real de la que podemos decir que no quiere nada de la Naturaleza. Sería un real no sólo sin ley sino también sin voluntad.

Por ello, los nombres que usamos para ordenar el lazo social, pierden su fundamento en lo natural y aparecen como arbitrarios, surgiendo una separación entre lo real y los nombres. Como efecto, vemos surgir ciertos esfuerzos para reinventar el padre, la madre, el lugar del niño, formulándolos a partir de lo real y no de la Naturaleza. Y esta reinvención se hace, retranscribiendo las inercias de la tradición y, por ejemplo, transformando la paternidad en parentalidad, término que expresa la sucesión pura y simple de las generaciones de vivientes. Miller distingue, en este punto, el Nombre del Padre -noción formada a partir de elementos de la tradición- y el nombre paterno ("le nom de père"), y afirma que la función del Nombre del Padre busca hoy nuevos puntos de apoyo, sin los cuales se produce un caos en la articulación entre el significante y el significado.

A continuación, Miller cede la palabra a Philippe La Sagna, que realiza una exposición sobre el capítulo X del Seminario XXIII. Al concluir, Miller conecta una de las afirmaciones de La Sagna -la idea de que Joyce aspiraba a anular la dimensión del relato en la literatura y en la historia, borrando la oposición entre el pasado y el presente- con la cuestión que él ha estado tratando: las innovaciones en los semblantes que organizan el lazo social y la relación sexual.

Retoma otro punto de su exposición, y compara la concepción lacaniana clásica del pensamiento -situado del lado de lo simbólico, su funcionamiento puede ser entorpecido por lo imaginario, por el cuerpo- con la que hallamos en el Seminario XXIII, en el que sitúa el pensamiento al mismo nivel que el sentido -entre imaginario y simbólico- y como un acontecimiento de cuerpo. Si lo simbólico conectaría con el conjunto de los discursos y con la historia, el pensamiento -según esta última concepción- aparece como disjunto del discurso universal. La relación con la historia remite a acontecimientos colectivos, mientras que la relación con el cuerpo remite a acontecimientos privados, en los que el pensamiento se halla implicado. A este nivel, el Otro no es la historia ni el discurso universal, es el cuerpo.

El vínculo social está abierto a todas las elucubraciones e incluye todos estos reordenamientos e invenciones -nombre paterno, nombre materno, paternidad, parentalidad, etc.- pero, en el fondo, lo invariable, el punto en el que se centra la operación analítica, no concierne a la relación con la historia y sus significantes, sino a la relación con el cuerpo y con sus acontecimientos. Más que del lazo social -y aún del lazo sexual- se trata del lazo corporal.

Miller concluye con una serie de puntuaciones. Constatamos este discurso social en expansión, que produce nuevas ficciones jurídicas sobre la base del anything goes -del todo vale-, sobre la base del semblante generalizado, que implica la idea de que no hay un real en juego. Este proceso se hallaría en el origen de los movimientos fundamentalistas, para los que esta vía conduce a la perdición de la humanidad, y pretenden reafirmar la potencia del significante amo de la tradición. Pero ni la referencia a significantes validados por tradiciones milenarias, ni la invocación de la Naturaleza -vaciada por el significante: nombrar algo es desnaturalizarlo- pueden servir como norma. Es lo que, en su última enseñanza, Lacan enuncia como "lo real es sin ley".

¿Qué función, entonces, para la nominación? Como recuerda Miller en la lección 5, la nominación es evocada en el Seminario XXIII como acto de creación. La creación es una referencia tomada por Lacan -al igual que el Nombre del Padre- de la tradición, de lo religioso. Pero la dimensión de la nominación a la que se refiere Lacan en términos de creación, implica en el Seminario XXIII una operación que no es la del Nombre del Padre, tal como éste rige en la primera enseñanza de Lacan. Aquí, la función de establecer una relación entre sentido y real, de agregar algo a lo real que produzca sentido, corresponde al sinthome.

Pero Miller se refiere también aquí a la nominación como el registro que introduce el significante, y que, redoblando la naturaleza por el parloteo, abre el campo de este trastrocamiento universal de los semblantes, que pasa al discurso por la creación de esas nuevas ficciones que, aligeradas de lo real, suponen nombrar el lazo social y la relación sexual.

La vía que Lacan toma en el Seminario XXIII -la vía que viene dada por la referencia a Joyce- conduce a una proposición clínica que apunta a despertar de la pesadilla de la historia -según una expresión de Joyce-, a despertar del sueño del lazo social, del discurso, y mantenerse en contacto con el lazo entre el decir y el cuerpo; es decir, con aquello que, en la tradición analítica, se designaba -concluye Miller- como las pulsiones.

Un breve comentario sobre la presentación: mi trabajo ha consistido -excepto en la lección 5, dedicada expresamente al tema de la nominación- en extraer aquellas referencias y comentarios que me parecían pertinentes y, en todo caso, leerlas y ordenarlas desde la perspectiva de nuestro tema. Las presento sin comillas, dado que a lo largo de todo el trabajo transcribo textualmente fragmentos del texto de Miller. Las lecciones 14 y 18 no están publicadas ni establecidas, por lo que carecen de título. He trabajado a partir del texto en francés, por lo que podría haber cuestiones opinables un cuanto a la traducción de algunas expresiones; también en cuanto o la coherencia o la exactitud de lo reseñado en estas páginas, por lo que agradeceré cualquier comentario al respecto.Josep Mª Panés

Bibliografia

Seminario Piezas Sueltas, curso 2004-2005. Jacques-Alain Miller

Josep Maria Panés

La cuestión de la nominación en el Seminario de J.-A. Miller "Piezas sueltas"

NODVS XXVIII, maig de 2009

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