Freud: pulsiones y destinos de pulsión (1915)

Referencia presentada en el SCF de Barcelona de marzo de 2010

  • Publicado en NODVS XXXI, abril de 2010

Resum

El siguiente trabajo rescata las ideas más representativas de este escrito de Freud como la definición de pulsión entendida como un estímulo para lo psíquico, distinguiéndose de otros estímulos fisiológicos. Así mismo se resctan los diferentes términos de la pulsión y la distinción entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales.

En un segundo apartado se desarrollan los cuatro destinos  de la pulsión y la advertencia de que, para la pulsión, el destino incluye defenderse de hallarlo.

Paraules clau

Pulsión, satisfacción, principio de placer, yo, narcisismo.

Pulsiones y destinos de pulsión es un texto fundamental de Freud enmarcado dentro de sus Escritos Técnicos. Escrito en 1915, lo introduce -como ha hecho en otras ocasiones- a partir de su idea sobre el proceder científico. Para Freud la actividad científica consiste en describir y explorar fenómenos y poder así, más tarde, aprehender con mayor exactitud, sus conceptos básicos, de tal forma que éstos puedan llegar a ser utilizables. Esta manera de proceder implica, necesariamente, partir de un planteamiento teórico con cierto grado de indeterminación que estará perpetuamente sometido a cambios en función del avance de la investigación.

Bajo esta premisa Freud planteará la definición de Trieb -pulsión- que devendrá uno de los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Si bien el término está extraído de otros ámbitos de la ciencia, será en el psicoanálisis donde adquirirá un carácter absolutamente radical y singular. Introduce, de este modo, el concepto de pulsión a partir del de estímulo, y procede estableciendo sus diferencias. Si bien la pulsión es un estímulo para lo psíquico, ésta se distingue de otros estímulos fisiológicos por varias razones: primero, el estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del organismo. Segundo, la pulsión es una fuerza constante a diferencia del estímulo que opera como una fuerza de choque momentánea; y tercero, si bien al estímulo ante su fuente se lo puede despachar mediante una huída motriz, a la pulsión tan sólo se la puede cancelar mediante su satisfacción.

La idea de Freud es que el sistema nervioso es un aparato que pretende librarse de los estímulos y rebajarlos al nivel mínimo posible; de esto depende el sostén del Principio del placer. Por esto -plantea- las pulsiones suponen un trabajo mucho más exigente para el sistema nervioso y esta exigencia es la que ha contribuido a su desarrollo. El Principio del placer entonces, rige la actividad del aparato psíquico. Si el placer está vinculado a la disminución de los estímulos, el displacer lo está a su aumento. La idea central que sostiene Freud en el texto es que la pulsión es un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático y por tanto está implicada, necesariamente, en estos dos campos.

Carácter de pulsión

Llegados a este punto Freud desarrolla cuatro términos en relación a la pulsión. Estos son: el Drang -el esfuerzo- , el Ziel -la meta-, el Objekt -el objeto y la Quelle -la fuente. La pulsión posee un carácter esforzante siempre presente; es una energía activa y si aparece una característica pasiva, ésta nunca es en relación a la fuerza sino a la meta. La meta de la pulsión es la satisfacción, pues es la única capaz de poder cancelar el estado de estimulación de la fuente pulsional. Entonces, para toda pulsión la meta siempre es la satisfacción, si bien pueden existir muy variados caminos para obtenerla. Incluso, -señala Freud- aunque dicha meta aparezca inhibida, podemos pensar que el camino que la pulsión recorre aporta también una satisfacción. Por tanto, la pulsión siempre se satisface. En cuanto al objeto, Freud plantea claramente que es aquello por lo que se puede alcanzar la satisfacción. No obstante, añade, es lo más variable de la pulsión. La pulsión no está enlazada originariamente al objeto, por tanto, puede cambiar. Además -puntualiza- el objeto puede consistir tanto en un objeto ajeno, como en el propio cuerpo. Por último, la fuente es el proceso somático interior del cuerpo cuyo estímulo es representado por la pulsión. Entonces, la pulsión es a la vez una energía constante, un estímulo interior del organismo y su representante psíquico. Esta ambigüedad sobre el concepto de pulsión será fundamental, pues reunirá en un mismo término tanto la vertiente somática y corporal como la anímica, ligada a la idea de la representación. Tenemos en ella el rudimento de esa alianza inseparable del cuerpo y el lenguaje que pivota toda la experiencia psicoanalítica.

Freud se planteaba serias dudas en poder llevar a cabo una clasificación y diversificación de las pulsiones. Propondrá, como punto de partida, la distinción entre las pulsiones yoicas o de autoconservación y las sexuales. En este texto se ve como Freud se esmera en separar la sexualidad de aquellas otras funciones vitales necesarias para el organismo. Define a las pulsiones sexuales como numerosas y provinentes de diferentes fuentes orgánicas. Destaca que éstas actúan por separado y sólo más tarde se reúnen en una síntesis más o menos lograda. Su meta es el placer del órgano y sólo posteriormente puede aparecer como meta la reproducción.

Destinos de pulsión

La segunda parte del texto Freud lo dedica a explorar los caminos que recorre la pulsión para alcanzar su meta. Destacará cuatro destinos: el trastorno hacia lo contrario, la vuelta hacia la propia persona, la represión y la sublimación. Para poder trabajar sobre los destinos de la pulsión, Freud nos advierte que éstos van de la mano de las defensas contra los destinos de la pulsión. Es decir, para la pulsión, el destino incluye defenderse de hallarlo.

Freud desarrolla la idea de que los destinos de pulsión consisten en mociones pulsionales sometidas a las tres grandes polaridades que gobiernan la vida anímica, éstas son: una biológica -la que media entre actividad y pasividad-, una real -la que media entre yo y mundo exterior- y otra económica, que es aquella que se mueve entre el placer y el displacer.

Partiendo de estas tres polaridades -que podemos pensar como polos por donde se desplaza la pulsión- analiza, entonces, los dos primeros destinos de la pulsión: el trastorno hacia lo contrario y la vuelta hacia la propia persona, dejando para otro momento el desarrollo sobre la sublimación y la represión.

El trastorno hacia lo contrario, lo aborda a partir de dos mociones: la vuelta de una pulsión de la actividad a la pasividad -como sucede en el caso del sadismo al masoquismo- y el trastorno en cuanto al contenido; es decir, la mudanza del amor en odio. Usará dos ejemplos que expondrá como idénticos en cuanto a su funcionamiento; se trata del par sadismo-masoquismo y del voyerismo-exhibicionismo. En ambos casos destaca que esta transformación atañe a una modificación de las metas. Dibuja el camino que recorre el par sadismo-masoquismo: primero habría un sadismo hacia el otro. Después, tras producirse un cambio de persona, habría una etapa de sadismo hacia uno mismo (esto ya implicaría un cambio de meta) y finalmente se conformaría el masoquismo: "el otro me pega". Plantea que no existe un masoquismo originario sino que éste deriva de una primera posición sádica. El masoquismo es un sadismo vuelto hacia uno mismo. Freud expone que estas dos posiciones consisten en la mutación de la naturaleza del verbo, en donde éste pasa a ser reflexivo. Es decir, se pasa del placer de pegar al de ser pegado. Idéntico camino recorrerá la pulsión en el voyerismo-exhibicionismo. Subraya que estas transformaciones pulsionales de la actividad a la pasividad y del otro a uno mismo, nunca afectan el monto de la moción pulsional y que la satisfacción siempre se obtiene, ya sea por un camino u otro. Freud destaca que estos distintos destinos que tomará la pulsión están íntimamente relacionados con la etapa narcisista y que sus variaciones - el cambio de actividad en pasividad y la vuelta sobre el propio yo- tienen que ver con el regreso a estadios anteriores de la vida del sujeto y están marcadas por vivencias de una profunda ambivalencia.

En la última parte del texto Freud se adentra en la exploración de la mudanza de una pulsión en su contrario: es el caso de la transposición del amor en odio. Si bien estos se presentan dirigidos hacia el mismo objeto, lo que aparece es una ambivalencia de sentimientos. Freud es reacio a considerar al amor como una pulsión parcial de la sexualidad. Empieza por definirlo en tanto aspiración sexual como un todo. Para adentrarse en su estudio va a someter al amor a las tres polaridades descritas: la biológica, la real y la económica; extrayéndose de éste una serie interesante de reflexiones. Freud plantea una suerte de recorrido cronológico muy útil para pensar en la conformación del amor y el odio. Expone que la primera oposición que aparece en el ser humano es la distinción entre el yo y el afuera; ésta se impone por la necesidad de acallar los estímulos exteriores. Sólo posteriormente entrará en juego el par placer-displacer como una vía definitiva en la toma de decisiones de nuestras acciones y más tarde el par activo-pasivo se constituirá en relación al vínculo que mantiene el yo con los estímulos exteriores y los pulsionales.

Freud presenta un yo que se encontraría originalmente investido de pulsiones y que, en parte, sería capaz de satisfacerlas en sí mimo. Es lo que conocemos como el estado narcisista en donde la satisfacción es autoerótica. Por tanto, el mundo exterior al inicio es indiferente. Posteriormente, el yo recibe objetos del mundo exterior y recoge en su interior los objetos ofrecidos que son fuente de placer, rechazando los que causan displacer. De este modo el yo, al principio, es un yo-realidad que distingue el adentro y el afuera; luego se transforma en un yo-placer que ama u odia a los objetos en función del principio del placer. Al inicio, en tanto el objeto es exterior, lo vive como hostil, el objeto es odiado. Una vez pasada la etapa narcisista se inicia la etapa del objeto, placer-displacer conforman las relaciones del yo con el objeto. Por tanto, no se trata de que la pulsión encuentre un objeto, sino de cómo el yo establece los vínculos, mediante el principio del placer, con el objeto. Freud nos advierte de que no es tan sencillo como aparenta la oposición amor-odio, que no son simplemente opuestos; pues en tanto conformador del mundo exterior, el odio apareció antes que el amor en la constitución subjetiva.

En este texto Freud otorga una importancia absoluta a la pulsión. Siguiendo su desarrollo se puede ver como la pulsión está, desde el principio, implicada en la constitución de la subjetividad humana. Ella participa como protagonista en la aparición de la primerísima distinción entre el yo y el mundo exterior -participa en la constitución del yo- que, más tarde, dará lugar a la puesta en marcha del mecanismo del placer y el displacer, aparato esencial que servirá para ir formando el mundo del sujeto. En éste también participarán los objetos, pero sólo en una etapa posterior, cuando el circuito de la pulsión los requiera más allá de su primera conformación en el narcisismo.

 

Irene Domínguez Díaz
20 de marzo de 2010

Irene Domínguez Díaz

Freud: pulsiones y destinos de pulsión (1915)

NODVS XXXI, abril de 2010

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