Referencia al prólogo de Las fenicias de Eurípides en el capítulo XIX del Seminario 4 de Lacan 

Referencia presentada para la sesión del 2 de abril de 2016 del Seminario del Campo Freudiano de Barcelona, impartida por Manuel Montalbán.

  • Publicado en NODVS XLVII, setembre de 2016

Resum

El presente artículo es una lectura del prólogo de Las Fenícias de Eurípides. Lacan toma ésta obra, para progresar en la comprensión de las formaciones sintomáticas, en el terreno del análisis significante. En ésta obra de Eurípides, Lacan encuentra el significante "tenazas" vinculado al mito de Edipo. 

 

Paraules clau

Fenícias, Edipo, Juanito. 

Al final del capítulo XIX del Seminario 4, Lacan se refiere al último de los fantasmas descritos por Freud en “Análisis de la fobia de un niño de cinco años”, el del 2 de mayo, cuyo relato es el siguiente: «Ha venido el fontanero con unas tenazas y me ha quitado primero el trasero y me ha puesto otro, y luego la cosita. Me ha dicho: “Enséñame el trasero”, y he tenido que volverme y me lo ha quitado. Y luego ha dicho: “Enséñame la cosita”». Subrayemos el significante tenazas, Zange en alemán (que en algunas ediciones se ha traducido erróneamente por destornillador). Lacan lo toma para mostrarnos – y con ello divertirnos, dice – que sólo podemos hacer progresar nuestra comprensión de las formaciones sintomáticas jugando en el terreno estricto del análisis significante.

El término tenazas (pince en francés, Zange en alemán) no sólo se refiere a la herramienta con la que interviene el fontanero para quitarle el trasero a Juanito, sino que antiguamente se llamaba así a esos dientes enormes con los que un caballo puede morderle un dedo al niño. Y también a la parte delantera de la pezuña con la que el caballo “armó el jaleo”, el Krawall, que tanto asustó a Juanito. En griego, Χηλή [Kelé o Jelé][1] tiene los mismos significados, y éste es el punto que nos lleva al prólogo de Las fenicias de Eurípides, pues es en esta obra donde Lacan casualmente encontró este significante, vinculado justamente al mito de Edipo.

Las fenicias es la más larga de las tragedias de Eurípides y una de las más representadas en la antigüedad. Si bien se desconoce la fecha exacta de su primera representación, la obra refleja el ambiente de los años 411 a 409 a.C., en los que Atenas sufría las angustias de una guerra prolongada y los vaivenes y reveses motivados por la ambición de algunos políticos sin escrúpulos, y transmite claramente el dolor de su autor por los desastres de una guerra causada por las pasiones de ciertos individuos, así como un cierto desengaño y desesperanza en lo político. 

El nombre procede de las fenicias que componen el coro, un coro de esclavas enviadas de Fenicia a Delfos para servir a Apolo y que, como extranjeras que son, no sienten su destino comprometido en la catástrofe que amenaza la ciudad de Tebas, donde se sitúa la acción, pues el tema de la tragedia no es otro que el asedio de Tebas por parte de los argivos, convocados por Polinices, y el duelo fatal entre éste y su hermano Eteocles, tras cuyas muertes, vaticinadas por Tiresias, Edipo es desterrado de su patria, junto con su hija Antígona.

El prólogo, recitado por una enlutada Yocasta, abrumada por los desastres del pasado y angustiada por un presente amenazador, le sirve a Eurípides para exponer los antecedentes de la saga de los Labdácidas y evocar la fatídica historia familiar, narrando en detalle el cúmulo de desdichas que envuelven a la estirpe de Layo a través de las generaciones contaminadas por su delito, que precipitan a toda la familia en la catástrofe trágica. Es en este prólogo donde Lacan localiza el significante Χηλή [Kelé o Jelé], que no aparece en otras versiones de la historia, como por ejemplo en la de Sófocles.

Narra Yocasta que fue Cadmo quien fundó Tebas, cuando llegó a este país tras haber abandonado Fenicia. Desposado con Harmonía, hija de Cipris, engendró a Polidoro, de quien nació Lábdaco, y de éste, Layo, quien la toma a ella, Yocasta, hija de Meneceo y hermana de Creonte, por mujer. Tras un tiempo sin que tuvieran hijos, Layo, apodado «el de buenos caballos», interroga al dios Febo, quien augura que si engendran un hijo, éste lo matará a él, su padre, y cubrirá de sangre a toda la familia. A pesar del vaticinio, en un momento de desvarío Layo deja encinta a Yocasta. Para intentar eludir la profecía, entrega al recién nacido a unos pastores para que lo abandonen en el monte, habiéndole atravesado los talones con unos punzones de hierro, motivo por el que fue llamado Edipo, es decir, «el de los pies hinchados». Pero unos pastores de caballos lo recogieron y lo llevaron al palacio del rey Pólibo, cuya esposa lo acogió como hijo tras convencer a su marido de que lo había dado a luz.

Ya convertido en hombre, y sabedor de que algo no encajaba en su origen, Edipo se pone en camino hacia Delfos, mansión del dios Febo, con la intención de indagar quiénes eran sus padres. Layo se dirige a la vez al mismo sitio, para averiguar si el niño abandonado vivía todavía. Y coinciden ambos en Fócida, famosa encrucijada de caminos. El cochero de Layo ordena a Edipo que se aparte para dejar paso al rey de Tebas, pero él sigue caminando en silencio, orgulloso. Entonces se produce el incidente que destaca Lacan, cuando uno de los caballos de Layo hiere con sus cascos, con su pezuña, Χηλή [Kelé o Jelé], la pierna de Edipo, tiñéndola de sangre. Y es este el motivo por el que el hijo mata a su padre, sin saber que lo era, y apoderándose de su carro lo entrega a Pólibo, su padre adoptivo.

A continuación Yocasta narra cómo, tras la muerte de su esposo, y para dar fin a las depredaciones que asolaban Tebas, Creonte la ofrece a ella en matrimonio a quien resuelva el enigma de la Esfinge. Sucede entonces que Edipo acierta las adivinanzas de la astuta doncella, y en consecuencia es erigido soberano del país y toma por esposa a su propia madre, sin que ninguno de los dos conozca la relación que los une. De este matrimonio nacen dos hijos varones, Eteocles y Polinices, y dos niñas, Antígona e Ismene.

Cuando Edipo se entera de que se había casado con su propia madre, atraviesa sus pupilas con una fíbula, quedando ciego. Sus hijos lo encierran bajo llave para tratar de olvidar el infortunio, y él queda desvariando a causa de la desdicha e invocando maldiciones sobre ellos para que termine la estirpe. Los hijos, temiendo que viviendo juntos se cumplieran las maldiciones, acordaron que Polinices se exiliara primero y Eteocles se quedara para detentar el cetro del país, cambiando sus posiciones al pasar un año. Pero transcurrido el plazo Eteocles no se aviene a abandonar el trono y expulsa a Polinicies del país. Motivo por el cual éste se fue a Argos y, tras emparentarse políticamente con Adrasto, su rey, volvió a Tebas con un ejército de argivos para combatir a su hermano y reclamar sus derechos, momento en el que se sitúa el inicio de la acción de Las fenicias.

Así, observa Lacan, para que Edipo cumpliera con su destino no bastaba con que tuviera el pie hinchado por el hierro con que le habían atravesado los tobillos siendo un bebé sino que, como el padre de Juanito, tenía que tener en el pie una herida hecha por la pezuña de un caballo – una pezuña llamada Χηλή [Kelé o Jelé], pinza, tenazas, pues el significante que designa a ambas cosas es el mismo, tanto en griego como en alemán como en francés. Y este hecho sirve a Lacan para mostrar que en las construcciones fantasmáticas de Juanito siempre da vueltas el mismo material significante.

Notes

[1] En la edición del Seminario en castellano hay una errata, pues  esta palabra debe transcribirse Χηλή, no ψηλη.

Bibliografia

Eurípides. “Fenicias”. Tragedias III. Madrid: Gredos.

Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 4, La relación de objeto. Buenos Aires: Paidós. 

Freud, Sigmund. “Análisis de la fobia de un niño de cinco años (Caso Juanito)”. Obras Completas. Tomo 4. Madrid: Biblioteca Nueva.

Glòria Bladé

Referencia al prólogo de Las fenicias de Eurípides en el capítulo XIX del Seminario 4 de Lacan 

NODVS XLVII, setembre de 2016

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